Teorías de la conspiraciónde la franja lunática al centro del imaginario colectivo
- MARTÍNEZ GALLO, ALEJANDRO
- Ramón del Castillo Santos Director/a
Universidad de defensa: UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia
Fecha de defensa: 10 de septiembre de 2020
- Antonio Valdecantos Alcaide Presidente/a
- Jesús Pedro Zamora Bonilla Secretario/a
- María José Álvarez Maurín Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN: DE LA FRANJA LUNÁTICA AL CENTRO DEL IMAGINARIO COLECTIVO" La tesis comienza delimitando el campo de estudio, por lo se define lo que son las conspiraciones criminales y las domesticas, para mostrar su diferencia con las conspiraciones grandilocuentes y objeto de este estudio. Luego pasaré a describir las características de los constructos conspirativos más conocidas y que nunca han ocurrido, pero ocuparon y ocupan un lugar en nuestra atmósfera cultural. A partir de ahí intentó localizar el denominador común a todas ellas y emprendo una búsqueda histórica preguntando a las diferentes fuentes escritas, sean religiosas o literarias, o del arte y arquitectura de aquellos tiempos. De tal manera que analizo las creencias en la civilización sumeria está considerada como la primera civilización del mundo y en su literatura ―principalmente en la Epopeya de Gilgamesh― y religión encontramos elementos básicos de las teorías de las conspiraciones (TdC, en adelante) y que continuaran presentes en ellas con los años. A continuación analizaré el Antiguo Egipto y el episodio narrado en el Antiguo Testamento y la Torá en el que Moisés, en el Libro del Éxodo (5:1-5:9, 7:8-7:13), conduce al pueblo hebreo hasta la tierra prometida. Terminaré este parte con el análisis del primer atisbo de TdC contundente que se nos presenta en la Historia, en la Grecia Antigua (1200 a. C. -146 a. C.) y en el Imperio Romano (27 a. C. -476 d. C.). En primer lugar aparecen como mitos en su narrativa épica, para justificar el nacimiento de su imperio por mandato divino, como mito fundacional ―el caso más evidente es la Eneida de Publio Virgilio―. En segundo lugar, esos constructos conspirativos inventadas pueden servir al poder constituido para señalar un chivo expiatorio o buco emisario que cargue con las culpas de los problemas sociales e individuales de los ciudadanos y exima al gobernante de sus responsabilidades ―el ejemplo en aquellos momentos fue la conspiración urdida por Nerón en el incendio de Roma (año 64 d. C.) o la de Diocleciano en Dalmacia (año 303 d. C.), contra los cristianos allí asentados―. A día de hoy es prácticamente imposible conocer el número exacto de cristianos muertos en estas persecuciones, pero no sólo el asesinato fue su destino como chivos expiatorios, también se les encarceló, se les azotó, torturó o ejecutó ―el martirio cristiano―, se les exigió el pago de impuestos supletorios, sufrieron la confiscación o destrucción de bienes y, en época de Diocleciano, ciudades cristianas enteras fueron arrasadas. En tercer lugar se exteriorizan como una constante de la presencia del destino griego ―Homero en la Ilíada o la Odisea es el ejemplo más claro― o su equivalente el fatum romano, siendo conductor y guía de los seres humanos, de tal manera que el destino elaborado en la Grecia Antigua es la conspiración o complot actual en los mitos modernos o TdC que estudiamos; es decir, el azar, el accidente no existe, todo es y está causado. Cerraré este periodo histórico citando la conspiración construida por Platón en el capítulo V de La República, pues considera las manipulaciones desde el poder como necesarias para preservar la estabilidad y el progreso de la sociedad, pero se han de legitimar ante el ciudadano, por eso las reviste de azar, para que el ciudadano crea que es su mala suerte y no una manipulación desde el poder. Es Platón, pues, el primero que teoriza sobre la utilidad de las TdC en el empleo del poder en el buen gobierno, sobre su necesidad y como método de sometimiento de las masas. Así, las TdC nacen como un instrumento del poder con dos vertientes: justificar las acciones de los poderosos y gobernantes y encontrar o señalar un culpable de las desgracias que desvíe la ira del pueblo hacia él, hasta conducir a las matanzas o asesinatos. También se convierten en una forma de interpretar lo real, la Historia y la misma creación o nacimiento del universo, todo encaminado a un destino establecido, un fatum o misión en la vida de los seres humanos marcada por los dioses, antiguos conspiradores, que sólo dejan a los humanos la astucia, el mĕtis, para evitar ese destino. Cinco de las características que presentan las actuales TdC tienen su origen en esas civilizaciones: la primera, una forma elemental de interpretar la realidad y la historia, una especie de «epistemología para la plebe»; la segunda, sirven de mito fundacional de ciudades e imperios; tercera, si las crea el poder es para eximir a sus gobernantes de responsabilidades y, de inmediato nos lleva a la cuarta porque están relacionadas, señalar un chivo expiatorio que cargue con las culpas; quinta, alguien mueve y decide todo entre bastidores ―«Lo que sucedió en Troya fue planeado la víspera en la cima del Olimpo de los dioses», (Umberto Eco, 2015)―; y sexta, nunca presentaban evidencias de lo defendido, en realidad eran forma de encontrar explicaciones a cuestiones desconocidas. Las TdC como salvadoras de cosmovisiones La etapa que se abre después de la época grecolatina en la Historia es la de la civilización del vasallaje y el feudo, anclada en un nuevo modo de producción basado en otras formas de explotación de los recursos naturales, de las relaciones sociales de producción y del triunfo definitivo del monoteísmo frente al paganismo o politeísmo en Occidente. Es, pues, el inicio de la Edad Media, que abarcó desde el año 476 d. C hasta el siglo XV. En los primeros siglos después de la caída del Imperio Romano, la cosmovisión cristiana fue dominante en la atmósfera cultural, pues se defendía que se caminaba con paso firme hacia el Reino de Dios o Ciudad de Dios, como señaló San Agustín de Hipona. Los temas que les preocupaban era más elevados ― véase los asuntos tratados por los ocho concilios ecuménicos celebrados desde el año 325 hasta 1054―, que los problemas cotidianos de los hombres y mujeres en la sociedad en la que vivían y se relacionaban, producto de que el mundo progresaba imparable, según su convencimiento, hacia el Reino de Dios y venciendo los resquicios de la ciudad de los humanos. En Occidente, el cristianismo se convirtió en la cosmovisión dominante, que daba explicación a todo lo que ocurría en la realidad y a todo lo ocurrido en el pasado; se comportaba como un Programa de Investigación, en términos de Lakatos (1983). En todas esas narraciones, no hay conjuras misteriosas contra el ser humano, pues en épocas de expansión y bonanza de una civilización amparada por la explosión de un nuevo modo de producción, no se conoce el nacimiento de TdC. Esta referencia desde la Patrística y el despegue de la Edad Media con el catolicismo como dominante en la atmosfera cultural, nos muestra cómo las TdC no nacen en un medio en desarrollo constante y sin aparentes contradicciones internas; es decir, el sistema y los poderes realmente existentes están seguros en el statu quo y no necesitan crear chivos expiatorios que carguen con culpas ajenas. Los historiadores datan un periodo de tranquilidad desde que el cristianismo se convierte en religión oficial del Imperio, con el decreto del emperador Teodosio el 27 de febrero de 380, hasta 1136; es decir, casi ocho siglos de dominio pleno del cristianismo como elemento dominante en la atmósfera cultural. Es decir, más de once siglos después de Cristo, el cristianismo había cumplido a la perfección su función de ideología, de falsa conciencia de unas relaciones sociales realmente existentes y de bálsamo espiritual para las masas con sus promesas del Reino de Dios, ya fuera en esta vida o post-mortem. Sin embargo, la gran nube ideológica que cubría la atmósfera cultural y que convertía en inamovible la sociedad de la Edad Media por mandato divino, comenzó a resquebrajarse por varias razones: el fin de la riqueza aportada por las Cruzadas, las guerras entre reinos, las hambrunas, las sequías, las malas cosechas, la peste, etcétera. Cualquier desgracia desde la cosmovisión dominante se explicaba como el despliegue del Mal sobre la sociedad. Así, todas las calamidades que ocurrían eran el resultado del mal- desgracia defendido por los sinópticos, algo que ya no se podía explicar como resultado del mal- culpa paulino y apoyado por San Agustín; es decir, el pecado. Al final fue dominante que el mal- desgracia provenía o se incrementaba por el mal-culpa, lo que llevó a una pastoral del terror. Sostenían que de Dios no proviene el Mal, pues el Dios del cristianismo es omnibenevolente. Entonces, ¿de dónde procedía el Mal? Hasta entonces se sostenía, que la desgracia procedía del pecado; sin embargo, en los tiempos que corrían era muy difícil convencer a alguien que ese mal- desgracia, identificado principalmente con la Peste Negra, provenía del pecado de algunos y que la plaga la había enviado Dios para castigar a esos pecadores. Sodoma y Gomorra estaban muy bien como metáfora didáctica, hasta que la muerte alcanzó a veinticinco millones y recaía por igual sobre ricos y pobres, sobre creyentes y herejes, sobre buenos y malvados. La alegoría de Sodoma y Gomorra ya no servía para explicar la terrible realidad, pues, entonces, Dios había salvado a los buenos (Génesis 19:1-38), enviándoles dos ángeles a rescatarles antes de que lanzase el fuego y el azufre sobre las ciudades. Durante la Peste Negra nadie vio ángeles enviados desde el cielo para salvar a los puros y castos, que morían igual que los impuros y malignos. Ante esta situación, el razonamiento perverso fue más o menos: si la sociedad en la que se vivía era la querida por Dios y se progresaba hacia su Reino, tenía que existir algún elemento o agente que estuviese impidiendo ese inexorable progreso, había que localizar de inmediato la causa de esa desgracia; salvando, por supuesto, en todo momento el constructo teórico del cristianismo, su cosmovisión de la realidad y de la Historia. En este momento, el catolicismo comenzó a comportarse como un Programa de Investigación degradado, y necesitaba crear hipótesis ad-hoc para interpretar los nuevos acontecimientos o tapar los huecos dejados por la cosmovisión, pero manteniendo firme su «núcleo duro», que no podía ni debía resquebrajarse. Así, desde los estamentos del poder —la nobleza y sobre todo el clero— se crearon hipótesis ad- hoc para justificar las crisis ―económicas, social y humana― que se estaba viviendo y se dejase intacta la cosmovisión o por lo menos el «núcleo duro». De ahí, si todo lo que nos rodeaba caminaba hacia el Reino de Dios y el proyecto de la cristiandad parecía estancarse, la razón de este estancamiento o retroceso no había que buscarla en Dios ni en sus representantes en la Tierra ni en los creyentes; tenía que encontrarse en algunos agentes ajenos que atacaban ese proyecto. Esos agentes eran los enemigos, los conspiradores que querían destruir el plan divino, la Providencia Cristiana, y sustituirlo por el Reino de las Tinieblas: Satán, que siempre era el elemento recurrible; los judíos, moriscos, conversos, cualquier extranjero o hereje en general e, incluso, contra leprosos; y las brujas. Es decir, las TdC de los judíos, brujas y demonios nacieron como hipótesis ad-hoc creadas para mantener y seguir justificando la vigencia del paradigma cristiano, que era la ideología dominante en la época, la conciencia falsa de la realidad. Esas hipótesis ad-hoc se articularon alrededor de la defensa de la teoría del Mal mantenida por los padres de la Iglesia. A esos chivos expiatorios se les acusó de ser los autores de la epidemia, de la Peste Negra, por medio de la intoxicación y el envenenamiento de pozos, y del resto de desgracias, como las malas cosechas, las hambrunas, etcétera. En resumen: la TdC de que diferentes agentes capitaneados por el Diablo conspiraban contra la cristiandad, se fraguó como una gran hipótesis ad-hoc para salvar la cosmovisión del cristianismo construido en esos momentos, pues era incapaz de explicar las desgracias que ocurrían. Los pogromos contra los judíos se extendieron por el orbe cristiano y, hasta su definitiva expulsión, muchos murieron en asesinatos o en juicios falsos con confesiones bajo tortura para mostrar a la plebe su culpabilidad y asentar que la cosmovisión cristiana no estaba equivocada. Cuando se terminó con la supuesta problemática de los judíos, como las contrariedades seguían sin resolverse, los esfuerzos se centraron en otro agente conspirador, las brujas, aunque en algunos lugares la persecución se realizó en paralelo. El resultado de ese constructo teórico condujo al mundo a miles de muertos, donde todavía hoy es desconocido el número exacto de los mismos. De esta época, podemos extraer tres funciones más de las TdC en la Historia que se unen a las seis de la primera parte. La séptima fue que sirvieron para apuntalar la cosmovisión dominante, y lo hicieron con hipótesis ad-hoc. La octava es que nacen siempre en momentos históricos convulsos de crisis económicas y políticas. Y la novena, necesitan una comunidad de fe ―u organización o institución― que las defienda y asuma; sino es así, se quedan en la periferia lunática de las sociedades. En épocas de expansión y bienestar no nacen TdC. Así, entramos en los albores de la modernidad con unas conclusiones claras sobre las TdC existentes hasta ese momento: primero, son constructos artificiales y nacen en los momentos de incertidumbre social, de crisis social y económica que resquebraja sus paradigmas dominantes en la atmósfera cultural, sus cosmovisiones, son los momentos definidos por Antonio Gramsci en los que «lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados» (Gramsci, 1981, V. 2; § 37); segundo, se convierten en una forma vulgar de interpretar la Historia y la realidad; tercero, sirven para justificar o apuntalar el paradigma cultural dominante, principalmente con hipótesis ad-hoc; cuarto, consiguen desviar la atención y que no se focalice en los dirigentes como causantes de las desgracias; quinto, se alzan como signo identitario en la construcción de pueblos, ciudades o imperios; sexto, crean un buco emisario o chivo expiatorio al que se señala y se le culpa de las desgracias sociales e incluso de las de la naturaleza; séptimo, construyen comunidades de fe que apoyan las medidas contra los chivos expiatorios y conducen a genocidios, pogromos o masacres indiscriminadas; octavo, siempre hay alguien que mueve los hilos de la Historia y la realidad, por lo que todo está relacionado y nada es el azar; y noveno, siguen sin presentar evidencias firmes sobre lo que defienden, siguen siendo discursos cerrados y autoafirmativos. La invención de la imprenta (1440), la caída de Constantinopla (1453) y el descubrimiento de América (1492) fueron los hitos que marcaron el fin de la Edad Media y el comienzo de una nueva etapa con el nacimiento del modo de producción capitalista, en un momento histórico de desarrollo imparable del sistema con una acumulación de riquezas, producto de los saqueos en las tierras descubiertas, así como el uso de esclavos. Esto provocó la génesis de una burguesía articulada principalmente alrededor del comercio y de la floreciente industria. El clero se lanzó de inmediato a esas nuevas tierras a difundir el cristianismo en un esforzado apostolado. De ahí que la atmósfera cultural del Nuevo Mundo se construyera como una cosmovisión cristiana reformulada en una nueva narrativa, que se puede resumir en: el proyecto divino tiene enemigos —los judíos y las brujas, principalmente, capitaneados por Satán— que lo quieren impedir, por eso era necesario destruir a esos enemigos que se encontraban entre nosotros. Esto tiene mucha importancia porque indica el momento en el que se encontraba el cristianismo al trasladarse al Nuevo Mundo: era un cristianismo escindido y con esas facciones en pugna, principalmente católicos contra protestantes; pero ambos creían en la existencia de agentes conspiratorios en la Tierra para terminar con el proyecto divino; y, aunque las facciones cristianas se encontraban en pugna, se mostraban unidas al atacar al judaísmo, al demonio y a las brujas, su chivo expiatorio. El Renacimiento posibilitó en las repúblicas italianas al nacimiento de una pequeña burguesía pujante y a libre pensadores amparados por sus mecenas. El constructo teórico dominante que achacaba todos los males a las conspiraciones de los judíos, de las brujas y de Satán, fue atacado desde diferentes frentes, incluso utilizando el «exorcismo profano del humor» (Mendoza, 2010; 156). En esta época el paradigma vigente en la atmósfera cultural comenzó a resquebrajarse poco a poco: quedó demostrada que el gobierno terrenal de los reyes por la Gracia Divina no existía (Maquiavelo, Erasmo de Róterdam…); nació la posibilidad de existencia de otros mundos, al menos en teoría, además del nuestro (Tomas Moro, Tomasso Campanella…); así como el descubrimiento de mundos reales, como fue el caso de toda América. Cada uno a su modo (filósofos, narradores, poetas, pintores), en su zona de influencia (dentro de la Reforma o de la Contrarreforma) y salvado la censura de la Inquisición, se fue abriendo paso en el Renacimiento con una nueva forma de interpretar la realidad, primero como estilo, como estética, luego como ética y por fin como praxis. La expansión económica producto del descubrimiento de nuevas tierras y del pujante capitalismo, provocó el nacimiento de una época amplia de desarrollo y de quietud social, parecida, salvando las distancias, a la que se vivió en la Edad Media desde el decreto de Teodosio en el año 380 hasta el año 1.136, y que se encontró libre de TdC. Así, las TdC de los judíos, brujas y demonios contra la cristiandad abandonaron el centro de la atmósfera cultural y regresaron a la periferia lunática, porque el mundo que las produjo se derrumbó. La génesis de la TdC Unificada Ese desarrollo económico, la pujante I Revolución Industrial, el nacimiento de nuevas capas sociales ajenas y opuestas a los intereses de la aristocracia y al clero ―es decir, el proletariado urbano y la burguesía― y la aparición de graves contradicciones sociales, provocaron el estallido de la Revolución francesa, en 1789, y de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1783 con el Tratado de París, lo que condujo al nacimiento de nuevas constituciones liberales que rompían con el viejo mundo de las monarquías, separaban la Iglesia de los gobiernos de las naciones y establecían los derechos de los ciudadanos. Las nuevas TdC nacen en la franja lunática de la atmósfera cultural para interpretar las razones por las que el Antiguo Régimen se había derrumbado. En este marco se inscriben las obras del abate Augustín Barruel y John Robison, que señalan la caída del Antiguo Régimen como el resultado de la alianza de todos los antiguos enemigos y agentes conspiradores ―Templarios, Illuminati, ilustrados, enciclopedistas, partidarios de Cromwell, judíos, brujas, demonios y demás herejes conocidos― contra el proyecto cristiano; es lo que he denominado anteriormente la TdC Unificada, en la que todos los conspiradores se unieron en una causa común. Desde la perspectiva actual, es una interpretación de la realidad absolutamente inverosímil, pero da la impresión que en aquellos momentos históricos lo importante era que la gran masa lo creyese, es la aplicación de la teoría jesuita de la «reserva mental»: es decir, lo que realmente importaba es que el otro crea. De esta manera, nace esa explicación simple de una realidad muy compleja, sobre lo que estaba sucediendo en la sociedad dirigida al vulgo para una fácil compresión. En los Estados Unidos, por su parte, siguiendo a Richard Hofstadter (1964), las TdC formaron parte de la identidad en el nacimiento de la nación norteamericana, pues tenía que defenderse contra los grandes enemigos y conspiradores, principalmente las monarquías europeas y el Papado con sus agentes, la Compañía de Jesús, considerados como unos conspiradores natos llamados a destruir el proyecto de la joven nación, cuestión que los puritanos tendrán siempre presente en su sermones. Sin embargo, no debemos olvidarnos que bajo estos movimientos sociales y de la atmósfera cultural, había comenzado la I Revolución Industrial de un poderoso modo de producción aún hoy vigente, basado principalmente en la competencia. De ahí que pensadores como Andrew Stephen Crove consideraran que la paranoia, el pensamiento conspiranoico, es el elemento que marcaba la supervivencia en este nuevo mundo económico de competencia despiadada, y que la complacencia conducía al fracaso. Luego, identifica la creencia en conspiraciones como el pensamiento del propietario de un pequeño negocio, un pensamiento ligero o sencillo que le permite sobrevivir, al mismo tiempo que interpreta lo que le rodea en una desconfianza permanente; inaugurando lo que denominaré la «epistemología de la supervivencia». Servir como elemento de supervivencia se convierte en la faceta número once de las TdC. La décima segunda será que en toda TdC, al carecer de evidencias que la demuestren, comienza a utilizar el método de la retroalimentación entre autores. En tiempos convulsos, nuevos conspiradores A partir de aquí, el aparato estatal se renovó y fortificó: se incrementó la burocracia, el ejército pasó a ser permanente y de carácter estatal, se crearon potentes tribunales de justicia y cuerpos de policía. Así, la policía se convirtió en el ejército en tiempos de paz; es una institución que no venía del Antiguo Régimen, que era plenamente del capitalismo burgués de la época, cuya creación corrió pareja al nacimiento y desarrollo de los códigos penales y la ciudad, la urbanización de la vida. Así, la institución policial prusiana ve la luz en 1822; la Policía Metropolitana de Londres, en 1829, bajo la dirección de Robert Peel; la Sûreté Nationale francesa, en 1825; en 1838, la policía de Boston y así sucesivamente en el resto del mundo. Sus misiones serán la delincuencia común y localizar focos de posibles subversivos contra el régimen, sobre todo en las urbes. Aquí, pues, durante el siglo XIX, a los mitos de las grandes conspiraciones se entrecruzarán con los relatos policiales y su lucha contra agentes que querían subvertir el orden: anarquistas, socialistas, marxistas, delincuentes comunes, agentes de otras potencias y elementos de sociedades secretas reales o ficticias. Era una forma de confirmar y justificar el trabajo policial ―también el espionaje y contraespionaje, iniciado desde Joseph Fouché―, ya que sociedades secretas y policía se retroalimentaban en esa época. Al mismo tiempo, el relato de la recién estrenada Policía sobre las sociedades secretas comenzaba a perfilar una suerte de división en el trabajo de los conspiradores reales o inventados: el planificador, el cómplice, el encubridor, el receptador, el infiltrado, el confidente, el agente doble, el mitómano, etcétera, que irán teniendo un hueco en las construcciones conspirativas posteriores. El agente conspirador ha de materializarse en alguna figura concreta y así tendremos el nuevo conspirador del futuro: el banquero, cuya tarea, aunque no fuera secreta, requería de la discreción. Unido a los banqueros como nuevos agentes conspiradores, nació el poderoso Estado- Nación como el conspirador nato, utilizando todos sus recursos, Policía y servicios de espionaje, al servicio de la construcción de TdC y de chivos expiatorios. A lo largo del siglo XIX el avance de la medicina y de la ciencia en general supuso la muerte de las TdC de demonios apoderándose de seres humanos, de pactos de brujas y el Diablo, que los cambios sociales y tecnológicos habían enviado al vertedero de la Historia. Pero nacieron otros conspiradores, como los ya citados de los banqueros o el Estado-Nación, a los que se sumaron los jesuitas y los masones. En este mismo siglo, la Comuna de París de 1871 recuperó los viejos fantasmas de la Revolución francesa y las capas privilegiadas rescataron nuevos conspiradores contra el orden establecido en las TdC que nacieron en esta etapa. Así, las causas de estas revueltas se encontraban en que de nuevo todo se había resquebrajado por una conspiración conjunta entre marxistas, anarquistas, judíos y masones. Banqueros, anarquistas, marxistas, fancmasones, los siempre indispensables judíos y los jesuitas se perfilaron como los nuevos agentes conspiradores, que se unieron al más poderoso conspirador de todos, que nacía como resultado de las revoluciones burguesas: el Estado-Nación. El Estado como un nuevo agente conspirador tuvo reflejo en diferentes obras literarias, las más significativas fueron El hombre que fue jueves de Gilbert Chesterton y El agente secreto de Joseph Conrad. Al contrario, también tuvo su reflejo en obras que lo dibujaban como un bastión de defensa de la población contra conspiraciones dañinas, Los 39 Escalones de John Buchan. Los nuevos tiempos cambian los agentes conspiradores, lo que sería la décimo tercera característica de las TdC; es decir, son las circunstancias sociales las que modificarán las TdC y sus agentes. Las modificaciones sociales no solo cambian los agentes sociales, también las figuras que aparecerán en los relatos conspirativos, que en esos momentos los trasladan del relato policial: el agente provocador, el infiltrado o agente encubierto, el agente doble y el renegado, que tanto juego siguen dando en las TdC actuales. Sin embargo, durante el siglo XIX no aparecieron TdC destacadas ni se señalaron chivos expiatorios excepto los que trasgredían el orden social, que la recién creada policía incorporaba a su relato y establecía las figuras de una división del trabajo conspirativo en la comisión de los delitos. La razón hay que buscarla en que la sociedad burguesa estuvo segura de sí misma y orgullosa de sus logros, en especial en la ciencia, a la que los hombres de la época supeditaron muchas formas de actividad intelectual. Incluso las corrientes filosóficas principales se sometían a ella. Los agentes conspiradores a comienzo del siglo XX De esta manera llegamos al siglo XX, donde los agentes conspiradores que querían dominar el mundo y amenazaban la civilización se habían modificado. Los más activos en el imaginario colectivo eran: en primer lugar los banqueros, minoritarios y poderosos, capaces de poner bajo sus pies a gobiernos enteros; los marxistas, anarquistas y socialistas utópicos, que se convertían en los chivos expiatorios preferidos cada vez que se producían revueltas sociales; los francmasones, no sólo presentes en las construcciones ficticias de Leo Taxil, sino que eran una constante en el imaginario del mundo conservador español, que los hacían responsables incluso del desastre colonial; la Compañía de Jesús, a las órdenes del Papado intentaban socavar los cimientos de los nuevos Estado-Nación creados en América; el Estado, que se ve configurando como el gran productor de conspiraciones, tanto en la realidad como en la ficción, cuando le interesaba señalar a chivos expiatorios; y por fin tenemos a los judíos, eternos agentes conspiradores en todas las épocas, pero que en ese momento se le añaden los estudios raciales que los van a considerar inferiores, y que unido a que los banqueros citados, mayoritariamente son judíos, pues es la razón por la que la creencia en esta conspiración se mantiene con fuerza, basta señalar el citado pronunciamiento de Zola en el caso Dreyfus. En 1905, con la fallida Revolución Rusa, las autoridades zaristas han de buscar y señalar a un culpable de dichas revueltas. La principal razón es alejar las críticas hacia la monarquía y señalar un chivo expiatorio como agente causante de las desgracias que sufre la población. De esta manera aparecen Los Protocolos de los sabios Sión, una falsificación de la policía secreta del zar para acusar a los judíos. A partir de aquí, se iniciaron los pogromos contra los judíos en Rusia, persecuciones y matanzas. El triunfo de la Revolución bolchevique en 1917 afianzó la búsqueda de las causas del derrumbe de la monarquía, como en su día ocurrió con la Revolución francesa, y la difusión de Los Protocolos entre los sectores derrotados se extendió. De tal manera que llegaron a Alemania, a manos de los jerarcas nazis, Goebbels sabía que eran una falsificación pero los difundió, Himmler se los creyó como un auto de fe y Hitler los utilizó como la palabra revelada. De tal manera que en Europa se habían extendido las dictaduras y cada una había adoptado una TdC con su chivo expiatorio correspondiente: Alemania se encomendaba a la TdC de los judíos y las razas inferiores; España, a la de los masones y comunistas; Italia, a los ingleses, judíos y potentados capitalistas; en la Rusia estalinista se perseguía a los «enemigos del pueblo». Se cumplía, pues, lo defendido por Umberto Eco: «[L]as dictaduras usan la noción de conspiración universal como arma. Durante los primeros diez años de mi vida, fui educado por fascistas en la escuela, y usaban la conspiración universal –que los ingleses, los judíos y los capitalistas estaban complotando contra el pobre pueblo italiano, se decía entonces–. Con Hitler fue igual (Umberto Eco, ABC, 28 de abril de 2015). El resultado de todo esto es bien conocido: el Holocausto, las prisiones fascistas italianas y españolas y los Gulags; es decir, el genocidio, como destino final y objetivo último de toda TdC que se instala en una comunidad de fe o se convierte en la centralidad de la política de un Estado. Aquí nos aparece la característica décimo cuarta de las TdC, que todas las dictaduras del mundo han utilizado una TdC para conquistar y mantener el poder. La décimo quinta característica es que esas TdC usadas por las dictaduras han conducido al genocidio, para sobrevivir como cosmovisión y para alejar a los dirigentes de la responsabilidad. Nada más que los campos de exterminio se dieron a conocer al mundo, la forma de interpretar la realidad cambió y no solo hubo que desprogramar a los aun creyentes en esos constructos conspiratorios, sino que también las TdC se convirtieron en objeto de estudio de las ciencias humanas, lo que significó la decimosexta característica que señalo. Las TdC, objeto de estudio Finalizada la II Guerra Mundial y descubierto por la humanidad el resultado de los campos de exterminio y/o concentración por toda Europa, se extendió el estudio pormenorizado y riguroso de filósofos, teólogos, juristas y políticos sobre las causas de ese genocidio. En ese momento, hasta la Teodicea comenzó a cuestionar la omnipotencia, omnibenevolencia y omnipresencia de Dios, al preguntarse cómo Dios había permitido ese horror. Pero lo innegable fue la necesidad de desprogramar a los nazis y sus seguidores. Las palabras de conclusión en los juicios de Núremberg, como ya he mencionado, son clarividentes: «Es absolutamente imposible mellar en modo alguno esa visión del mundo mediante razonamientos lógicos o racionales, es una especie de religiosidad y lleva a la gente a constituirse en secta»1. Es lo que he defendido, que cualquier TdC cambia para defenderse, con sus mecanismos de defensa epistémicos o estrategias inmunológicas: creando hipótesis ad-hoc o utilizando las falacias como sistemas de defensa o los sesgos, principalmente el de confirmación o de atribución, o todo a la vez, de tal manera que es casi imposible refutarlas con argumentos lógicos. Por eso se hace necesario que las condiciones sociales que las han creado cambien o mueran, ya que la verdad nunca ha sido una cuestión teórica, sino práctica, y las teorías no flotan en el aire, sino que son el producto de relaciones político-sociales y económicas que se encuentran en su origen. Lo que enlaza con la décima característica de las TdC que he citado. Lo innegable es que en esa época de dictaduras, represión, campos de concentración, guerras y muertes, se señalen a las TdC como un elemento ideológico básico de todo este conglomerado macabro. De ahí que diferentes filósofos abordaron el estudio de las TdC por considerar que en su estructura, andamiaje, función y objetivo se encontraba la resolución del enigma por el que millones de seres humanos fueron ejecutados. Los dos primeros filósofos que abordaron con cierto rigor las TdC fueron Karl Mannheim y Karl Popper. Ambos habían visto nacer el régimen nazi en Alemania y habían sufrido su posterior evolución, hasta que tuvieron que exiliarse. El primero en analizarlo fue Mannheim, y, en 1943, desde su exilio escribió Diagnostico de nuestro tiempo, la primera obra que analiza el nacimiento y los efectos de los constructos conspirativos elaborados desde el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) sobre la población y las naciones del mundo. En primer lugar, considera que Hitler despliega una conspiración muy medida sobre la población ―estrategia nazi, lo denominará―. Después, Hitler pasa a la desorganización sistemática de la sociedad, y de esa manera se destruye la resistencia del individuo mediante la desorganización de los grupos a los que pertenece, ya que considera que el nazismo «sabe perfectamente que un hombre desvinculado 1 Nuremberg Trial Proceeding Volume 4, Twenty-Sixth Day, Thursday 3 January 1946, p. 365. de su grupo es como un cangrejo sin caparazón» (Mannheim, 1961; 132). Esta desorganización del contrario ha de ser rápida y violenta, sin posibilidad de respuesta en contra. Estos dos puntos sólo tendrán éxito si se les añade un tercero: construir nuevos grupos que promuevan conductas aprobadas por el partido. Finaliza con un cuarto, que Mannheim denomina Quislings, nombre genérico por el que designa un método para poner de su parte a la oposición política y a los inadaptados y fracasados sociales, al lumpen. Completada esta fase, la víctima se encuentra a su merced, pero aún evita el ataque directo y sigue prefiriendo la desmoralización desde dentro: «se propagan rumores, se crean temores, se azuza unos contra otros a los grupos rivales y, por último, se administra la conocida mezcla de promesas y amenazas» (Mannheim, 1961; 133). Llegados a este punto, el nazismo tenía a los sujetos rendidos ante él. La explicación psicológica es: «el hombre abandonado a sí mismo no puede ofrecer resistencia» (Mannheim, 1961; 134). Llegados aquí, al sujeto no la queda más que elegir entre el martirio o el Nuevo Orden que comienzan a reconstruir, cuyos elementos son el Fürher, como caudillo de la sociedad; el terrorismo del NSDP sobre el ciudadano, terrorismo de Estado; y la creación de un chivo expiatorio, «buco emisario» lo denomina Mannheim, cuyo objetivo será doble: liberar a la comunidad de cualquier sentimiento de culpa e impedir que cualquier hostilidad se vuelva contra los dirigentes. Así, los judíos se convirtieron en el buco emisario del III Reich, ellos eran los causantes de las desgracias que afligían al mundo porque tramaban una conspiración desde los tiempos inmemorables para dominar al resto de la humanidad, cuestión que consideraban documentada en los Protocolos. Esta manipulación de las masas lo consiguieron los nazis con lo que Mannheim denominó técnicas sociales: «el conjunto de métodos que tratan de influir la conducta humana y que en las manos del gobierno operan como un medio de control social singularmente poderoso […] esta eficacia fomenta la dominación minoritaria» (Mannheim, 1943; 10). Las mismas enlazarían hoy con los mecanismos nacientes de las sociedad de consumo y que la publicidad extendió a todas las esferas sociales usando estrategias de explotación similares. Así, Broncano (2019) identifica esos mecanismos con la actual «’ingeniería social de la comunicación’ que ha provocado la transformación del entorno cultural, informacional y epistémico de la política, economía y sociedad contemporánea» (Broncano, 2019; 129). Ambas, ya sean las técnicas sociales o ingeniería social de comunicación, operan como instrumentos para manipular las emociones de las masas y «poner bajo control público procesos psicológicos que se consideraban antes enteramente personales» (Mannheim, 1943; 11). El esquema de la «estrategia nazi» empleado por Hitler, fue asumido por el resto de dictadores, tanto por los que ya existían entonces como por los que vinieron después en el resto del mundo. Lo único que cambiaban era el sujeto o colectivo que ejercía de «buco emisario». El segundo filósofo que abordó con rigor el estudio del uso de las TdC desde el poder antes de la Guerra Fría fue Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos escrito en 1945. En ella critica a los que llama nacionalismos de todo tipo ―sionismos, marxismos y fascismos― y centra su estudio de las TdC o constructos conspirativos. Estas dos cuestiones son su ataque directo al historicismo, como creencia de que la historia humana sigue leyes y tendencias regulares y cognoscibles, de lo que derivan que el papel de las Ciencias Sociales y/o la Filosofía es encontrar esas leyes para predecir el curso de la historia. Esto le permite establecer paralelismos entre «el pueblo elegido» ―sionismo y la mayoría de los nacionalismos conocidos, incluido el norteamericano― con «la clase elegida» ―marxismo, anarquismo y otros teorías del socialismo utópico― y «la raza elegida» ―nazismo y otras tendencias del supremacismo―. El historicismo es la verdadera bestia a batir por Popper, pues considera que está presente en todas esas ideologías que dominaban el mundo de forma tiránica, asesinando y convirtiendo lo que les rodeaba principalmente en un gran campo de reclusión y de exterminio. Esas Leyes Inexorables del Destino Histórico, son las que el historicismo cree que existen en la Historia y la rigen por encima de la voluntad de los seres humanos. El objetivo principal de todo historicismo sería: «aligerar a los hombres del peso de sus responsabilidades» (Popper, 1994; 18). Y podemos encontrar su origen, siempre según Popper, en el propio Homero, que consideraba la Historia como un producto de la voluntad divina, cuyo destino final se mantenía en secreto para la mayoría de los seres humanos ―excepto para los oráculos que podían interpretar las señales―, pero ese sentimiento del destino ajeno a los seres inteligentes se encuentra presente y también la idea permanente de que existen «fuerzas ocultas entre bambalinas» (Popper, 1994; 26). Relacionado con el historicismo se encuentran las TdC, pues considera que éstas son anteriores a aquél e influyeron en su nacimiento. De esta manera nos dejó escrito que: « una teoría ampliamente difundida pero que presupone lo que es, a nuestro juicio, el opuesto mismo del verdadero objetico de las ciencias sociales: nos referimos a lo que hemos dado en llamar teoría conspirativa de la sociedad» (Popper, 1994; 280). La definición que nos va a ofrecer de TdC es que: «Todo lo que ocurre en la sociedad ―especialmente los sucesos que no gustan a la gente: guerras, pobreza, paro, miseria, epidemias, etcétera― es el resultado del plan directo de algunos individuos y grupos poderosos» (Popper, 1994; 280). Más adelante va a defender que las TdC son anteriores al historicismo y que «la forma teísta [del historicismo] es un producto derivado de la TdC. En sus formas modernas es un resultado típico de la secularización de una superstición religiosa» (Popper, 1994; 280). Es una conclusión parecida a la que llegan ciertos antropólogos que consideran las TdC como pensamiento mágico secularizado. Los dioses grecolatinos han desaparecido y han sido sustituidos por hombres o grupos misteriosos y muy poderosos, casi divinos: los sabios ancianos de Sión, los monopolistas, los capitalistas o imperialistas, los masones, las brujas y diablos, etcétera; es decir, una cadena de siniestros grupos cuya perversidad es responsable de los males que sufrimos. Karl Popper consideró las TdC como discursos cerrados y autoafirmativos, por lo que no son científicas, ya que no pueden ser falsables y se presentan como irrefutables, una característica acientífica para Popper. A esto adelantó para el resto de investigadores cinco pilares comunes sobre las que se sustentaban: existen una serie de fuerzas ocultas que manejan nuestro destino, ocultas detrás de las cortinas del escenario del mundo; todo lo que ocurre, principalmente lo relativo a nuestras desgracias, es el resultado de los planes de individuos y grupos poderosos, por lo que todo lo que sucede es intencionado, es causado, y no deja lugar al azar ni al accidente ni a la casualidad; la tercera, que se consideran infalibles e ilimitadas en el tiempo y en el espacio; cuarta, permite a los creyentes y los dirigentes sociales que las crearon, descargarse de responsabilidad que pudiera recaer sobre ellos; y, quinta y última, que todas las TdC no dejan de ser la secularización de una superstición religiosas, es decir, las TdC descienden del pensamiento mágico secularizado. De este periodo extraemos tres nuevas características de las TdC: la décimo séptima es que las TdC, utilizan todo tipo de técnicas de irrefutabilidad, sean sesgos cognitivos como falacias, para defenderse, por lo que funcionan como pseudosiencias y tienen un sustrato religioso; la décimo octava es que comienzan a utilizar un lenguaje pseudocientífico, alejado de las bravatas de clérigos desde el púlpito; y como décimo novena característica, he de señalar que las nuevas TdC nacen en la extrema derecha del naciente espectro político que se abre en el siglo XX. Guerra Fría y la mutación de las TdC Después de la II Guerra Mundial comenzó el periodo de la Guerra Fría entre los dos bloques: los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En ese contexto, las TdC fueron mutando y muchas abandonaron obligadas por las circunstancias sociales la centralidad y se desplazaron a la periferia lunática; es decir, abandonaron el mundo lógico y se refugiaron en el patológico. La primera fue la TdC de que los judíos complotaban para controlar el mundo. Otra que desapareció de la atmósfera cultural fue la TdC de la Compañía de Jesús, la apertura de los jesuitas al mundo, sobre todo al campo académico, ayudo mucho; unido a que fueron el germen de la llamada Teología de la Liberación en América Latina. El siguiente grupo que desapareció fue el compuesto por los demonios y las brujas, pese a que el golpe final se lo asentó los avances en la ciencia y en la medicina en el siglo XIX. Respecto a la conspiración exclusiva de masones se mantenía el mito del «billete masón» con su leyenda Novos Ordo Seclorum desde 1935; así como las tesis en el régimen de Franco de la conspiración masónica, pero poco a poco fueron regresando a la franja lunática, principalmente cuando las organizaciones de masones se abrieron a la sociedad y comenzaron a hacer pública su estructura, estatutos y fines. Esta apertura a la sociedad de masones y jesuitas es lo que ha posibilitado que fueran desapareciendo como agentes conspiradores; es decir, el nivel de transparencia es inversamente proporcional a la construcción de TdC (West & Sanders, 2003), lo que constituirá la vigésima característica de las TdC. La muerte de ciertas TdC no significaba la desaparición de las mismas, sino que mutaban o se replegaban a la franja lunática a la espera de mejores condiciones para renacer. Así, durante la Guerra Fría aparecieron las TdC de los extraterrestres, producto de que la visualización de fenómenos en los cielos que no se sabían interpretar en aquel entonces, aumentaban la especulación y «cuando la especulación no conseguía proporcionar una respuesta satisfactoria, el pozo inagotable de la imaginación humana se encargaba de crear argumentos y tramas extravagantes y fantásticas» (VV. AA, 2008; 703). Además de la esta, se sumó la TdC del comunismo a nivel mundial. La figura más representativa de este periodo fue Joseph McCarthy y su caza de brujas que dejó una estela enorme de damnificados en los Estados Unidos y que en sus argumentos utilizaba uno de los mecanismos de defensa de toda TdC, la falacia de la «inversión de la carga de la prueba». Esta situación, unida al discurso imperante en la época de la extrema derecha y de algunos candidatos republicanos ―sobre todo el estilo de Barry Goldwater―, es lo que provoca que Richard Hofstadter (1964) emprenda su análisis del «estilo paranoico» de la política norteamericana, entendiendo paranoico como recurso retórico y no como enfermedad: «no encuentro otra palabra que evoque adecuadamente el exagerado acaloramiento, la desconfianza y la fantasía conspirativa que tengo en mente» (Hofstadter, 1964; 77). Hofstadter (1964) explora en sus ensayos la influencia de las TdC en los movimientos de descontento a lo largo de la historia estadounidense. Nos muestra la paranoia política de sus dirigentes y élites contra las Luces. «Intelectualidad subversiva» se vino a denominar a los seguidores de los principios de la Ilustración. También dirigió sus críticas contra las construcciones conspirativas en las que implican a la francmasonería, al reflejar la desconfianza ante las uniones de gremios, corporativas, refiriéndose a ellas como corporaciones subversivas. Luego sus análisis de la Compañía de Jesús le sirven como otro de los elementos o agentes de las conspiraciones, como mano armada, ideológicamente hablando, del Papa, que pretenden socavar los principios protestantes de su cultura y su joven nación. Para Hofstadter el origen del pensamiento conspiratorio, del estilo paranoide, se encuentra en la extrema derecha, pero se había instalado en casi todas las tendencias políticas; ya que apela a animosidades y pasiones, se olvidaba de la razón, emplea un excesivo acaloramiento y desconfianza, y no tiene que ver con un sentido clínico, sino con la forma que se defienden las ideas, independientemente de su veracidad. Para él hay dos elementos que van a perdurar en el discurso conspiranoico: primero, la defensa de la economía nacional frente a la apertura de mercados o cualquier institución internacional, sesgo de políticas de extrema derecha que se ciñen al marco estricto del estado nacional nacido en el siglo XVIII; lo segundo, una visión de la Historia como producto de las conspiraciones, la historia detrás de la Historia, «entre bambalinas», como apuntaba Popper. Este estilo, que Hofstadter defiende que proviene desde la fundación de los Estados Unidos como estado independiente y que era una seña de identidad del nuevo pueblo que se constituía como nación, se refleja en los discursos de diferentes movimientos políticos, sociales y económicos a lo largo de los años con una serie de características comunes: el iluminismo y la masonería serán considerados como agentes conspiradores eternos contra los buenos ciudadanos temerosos de Dios; también el Papa y sus soldados mejor entrenados, los jesuitas, eran considerados agentes conspiradores contra el mundo que no sigue sus enseñanzas; la creencia entre algunos portavoces del abolicionismo que consideraban que la nación estaba sometida a una conspiración de los dueños de esclavos; en los textos alarmistas contra determinadas sectas o proveniente de éstas mismas, el ejemplo más claro fueron los mormones; el movimiento contra el Billete Verde, movimiento contra la Reserva Federal, que reflejaba una defensa del Estado frente a la Unión, ya que el billete reflejaba el poder de un ente superior al municipio, condado o estado; el movimiento de algunos populistas que construyeron una conspiración de los banqueros internacionales y los fabricantes de armas en la I Guerra Mundial. A partir de aquí, Richard Hofstadter (1964) nos introdujo en las propias tripas de las TdC mostrándonos una serie de personajes y características comunes: la figura del iluminado o elegido o portavoz paranoide, el intérprete de signos o indicios, que se comporta como un oráculo; y la otra figura será la del renegado o el agente doble, que permite informar desde dentro de la conspiración de los agentes conspiradores y sus movimientos. Así mismo, en ese análisis de las TdC nos mostrará otra característica de los constructores de conspiraciones: el lenguaje pedante del portavoz paranoide. En sus textos adoptan la maniobra de presentar una colosal bibliografía, con infinidad de notas a pie de página y una erudición inusitada y consideró que McCarthy fue pionero. A todas las características citadas hay que añadir el estudio por primera vez de la argumentación conspiranoica, repleta de sesgos y falacias: primero con el sesgo de confirmación ya citado; luego la «inversión de la carga de la prueba» empleada por McCarthy y el fiscal Garrison; después, las falacias Post hoc ergo propter hoc y Cui Protest? Hofstadter, pues, analiza las TdC en los Estados Unidos para indicarnos que son un elementos clave en la retórica política, que han sido parte integrante de su identidad al constituirse como nación y que convirtió en chivos expiatorios a todos aquellos que consideraban atentaban contra los valores estadounidenses: jesuitas, el Papa, los católicos, los comunistas, las organizaciones supranacionales, etcétera. Sin embargo, en esos tiempos se produjeron tres hechos que comenzarán a influir en que la Nueva Izquierda y los movimientos contraculturales adopten también el conspiracionismo como forma de interpreta lo real. El primero fue el magnicidio del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 marcará un punto de inflexión en las TdC, pues si hasta ahora se centraban en círculos de la extrema derecha, a partir de este momento se une la izquierda defendiendo la posibilidad de una conspiración para asesinarle e interpretando la realidad en esa clave. El segundo fue al año siguiente, el 7 de agosto de 1964, en el que se produjeron los supuestos ataques a la flota norteamericana en el Golfo de Tonkin, que posibilitó la entrada de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam y que años más tarde se llegó a saber que fue una conspiración para que el Congreso autorizara a entrar en la guerra al presidente Lyndon B. Johnson. A esto sumamos que a comienzos de los setenta estalló el caso Watergate que implicó al presidente Richard Nixon. Estos tres acontecimientos motivaron que la izquierda se sumase al conspiracionismo como forma de interpretar lo real, lo que Thomas Pynchon denominó paranoia creativa, como la forma de usar las TdC por parte de la izquierda y de los movimientos contraculturales de la época para interpretar lo real; lo que constituirá la vigésima primera característica. Alexander Cockburn (2006) matizó esta cuestión de Pynchon, pues defendió que la izquierda se sumó en ese momento, pero de forma tímida, que no fue hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001 que lo hizo de forma plena. Las TdC del final de la Guerra Fría hasta el 11-S El fin de la Guerra Fría supuso un cambio de época, condiciones sociales y geopolíticas- militares a nivel mundial, por lo que también afectó a las TdC. Algunas murieron, otras se modificaron y las menos resurgieron. La primera que se replegó a la franja lunática fue la de los extraterrestres, no sin que antes nos dejase suicidios colectivos, de los que ya he hablado. Hoy en día, pese a que casi cada ciudadano posee una cámara fotográfica en sus móviles y los medios tecnológicos se han incrementado sustancialmente, los avistamientos de OVNIs han disminuidos considerablemente y cualquier creencia en que existe una TdC de los extraterrestres para dominar la tierra ha desaparecido prácticamente. Otra TdC que desapareció a partir del fin de la Guerra Fría fue la de los comunistas queriendo apoderarse del mundo, pues la URSS perdió el enfrentamiento por incomparecencia. Sin embargo, la TdC del Nuevo Orden Mundial promovido por las Milicias norteamericanas de signo ultraderechista, después de la caída del Muro en 1990, resurgieron con un discurso contra la crisis económica, la crítica a la externalización de los puestos de trabajo y la amenaza que suponían algunas potencias extranjeras contra la soberanía de los Estados Unidos. Se habían organizado como grupos paramilitares, que defendían la lucha armada contra las supuestas conspiraciones que emanaban del gobierno de la nación y de organizaciones supranacionales con base en la ONU, que querían, según ellos, instaurar un Nuevo Orden Mundial que conduciría a una economía planificada a nivel mundial. El FBI comprobó su gran crecimiento desde la crisis económica, que se entrenaban en campamentos, adquirían armamento y pretendían construir explosivos improvisados. La primera acción de estos grupos fue la del atentado al Edificio Federal Alfred P. Murrah en la ciudad de Oklahoma City el 19 de abril de 1995, en el que fallecieron ciento sesenta y ocho personas (entre ellas, diecinueve niños menores de seis años) y hubo casi setecientos heridos. Esta creencia en TdC para instaurar un NOM también disminuyó considerablemente por la presión policial, de los medios y de políticas democráticas, pese a que se produjeron atentados en diferentes partes de Europa y Estados Unidos reivindicados por facciones de estos movimientos. En esa nueva situación que abrió el fin de la Guerra Fría, se hace necesario reflejar la visión de Fredric Jameson sobre las TdC, que dejó escrita principalmente en The Geopolitical Aesthetic (1992). Así, Hofstadter (1964) nos había introducido en las TdC y su uso en los Estados Unidos; ahora, Jameson lo desplaza más allá de las fronteras norteamericanas y del discurso político de la extrema derecha, para defender que en los albores de las nuevas técnicas de comunicación producidas como consecuencia de los avances en la Guerra Fría y en la avalancha de información y desinformación de la posmodernidad, las TdC se habían convertido en una forma básica, rudimentaria de analizar la realidad, en una técnica de mapeo cognitivo o cartografía cognitiva. Esta técnica la recoge Jameson de la psicología social y experimental de Edward Chace Tolman en la Universidad de California-Berkeley al comienzo de la Guerra Fría, siendo ese mapeo cognitivo el medio por el cual las personas procesan su entorno, resuelven sus problemas y utilizan la memoria. Más tarde, el arquitecto Kevin Lynch trasladó el mapeo cognitivo del laboratorio a la ciudad, principalmente en The Imagen of the City (1960). Lynch partía de que cuando estalló la explosión demográfica, la ciudad se convirtió en un monstruo de dimensiones inabarcables, impersonal y alejado de la escala humana del paseante. Como alternativa se imaginaba ciudades de tamaño más reducido e integrada en el entorno rural o, en el caso de ciertos sociólogos de la Escuela de Chicago, la vida en el barrio como alternativa. En The Imagen of the City concretó el problema en la posibilidad de sentir con rapidez que la ciudad está bajo nuestro control. Los psicólogos sociales sustituirán la ciudad por la realidad y el mapeo consistirá en sentir con rapidez que es la realidad la que está bajo control, como un «túnel de la mente» que busca el mínimo esfuerzo. Años más tarde, Roger M. Downs y David Stea procedieron a divulgar las ideas de Lynch y lanzaron el nuevo concepto de behavioral setting, «ajustes de comportamiento», en un diálogo del diseño arquitectónico con las ciencias del comportamiento. Jameson, después de las aportaciones de Tolman, Lynch, Downs y Stea, utilizó el concepto de mapeo cognitivo, como un método elemental para comprender la realidad, que contiene un conjunto de herramientas simbólicas, estrechamente relacionadas, adecuadas para una representación esquemática, gráfico espacial, del conocimiento. Teniendo esto en cuenta, Jameson usará el término de mapa cognitivo al referirse a los constructos conspirativos en el mundo actual, principalmente en su obra La estética geopolítica. De aquí nace su concepto de cartografía cognoscitiva, como «un instrumento conceptual para comprender nuestro nuevo Estar-en-el-mundo» (Jameson, 1995; 24). Ese mapeo de lo real vendría a ser: «[L]a vista de pájaro de Víctor Hugo sobre Waterloo, en Los miserables […] La multitud, las masas de la plaza vistas desde arriba, literalmente a vista de pájaro, el maniobrar silencioso de grandes ejércitos frente a frente ―por ejemplo las películas de Espartaco (1960) o Guerra y paz (1968)―» (Jameson, 1995; 25). Es decir, la cartografía cognoscitiva es la forma básica del tercer elemento que Althusser asigna a la ideología: la proyección imaginaria que hace el sujeto individual de su relación con la realidad. Al entender de Jameson, la aparición de las TdC y su asimilación por determinados colectivos, posee dos características principales muy negativas: primero, no explican la auténtica complejidad de la historia, la política o la economía; segundo, ignoran los problemas y desvirtúan el funcionamiento del sistema económico y político culpando de todo mal a unos supuestos poderes ocultos, por lo que su consecuencia es el inmovilismo político. De tal manera que lo defendido por Jameson (1995) adelantaba lo expuesto diez años más tarde, desde una óptica marxista heterodoxa, por Michael Hardt y Toni Negri en Imperio: «[N]o existe un único lugar de control [en el mundo]. Sin embargo, el espectáculo generalmente funciona como si realmente existiera tal punto de control central». (Hardt y Negri, 2005; 345). De esta manera, consideran también a las TdC como «[U]n mecanismo tosco pero efectivo para aproximarse al funcionamiento de la realidad. El espectáculo de la política funciona como si los medios […] estuvieran consciente y directamente dirigidos por un único poder, aunque en realidad no lo estén» (Hardt y Negri, 2005; 346). Esto tendrá relación con la propia distribución del poder real, ya que no existe un foco concreto de poder donde esté situada la toma de decisiones, un punto de poder central, pese a que la realidad mercantilizada así nos lo parece sugerir. Sin embargo, la realidad es que el poder está diseminados en muchos centros. La figura de la conspiración se presenta, pues, como un intento ―inconsciente, generalmente― de pensar un sistema vasto que no puede abarcarse con las categorías de percepción desarrolladas históricamente y con las cuales los seres humanos se orientan normalmente. El espacio y la demografía ofrecen los atajos más rápidos para salvar esta dificultad perceptiva; es decir, son los «túneles de la mente» que buscan el mínimo esfuerzo. El andamiaje de las TdC cumplen para superar ese punto sin retorno «más allá del cual el organismo humano ya no puede ajustarse a las velocidades ni a las demografías del nuevo sistema mundial […], puede argumentarse que este síntoma pone de manifiesto una incapacidad más profunda del sujeto posmoderno para procesar la historia misma» (Jameson, 1995; 37). Hay, pues, un límite en la capacidad, un límite estructural de la memoria, y más en estos momentos en los que somos bombardeados por miles de datos informativos con lo que nuestra capacidad se satura y necesitamos explicaciones sencillas para comprender esa u otra complejidad. De esta manera, Fredric Jameson ha sugerido que las narrativas de conspiración —desde las películas de Hollywood a los thrillers populares— son una expresión de la incapacidad de las personas para dar sentido al mundo tan complejo que les rodea en la era de la globalización y, entonces, recurren a este tipo de historias porque aparentemente ofrecen una dirección simplificada de lo que realmente sucede en el mundo actual y real. Ofrecen a la gente, pues, una manera de enlazar la interminable avalancha de sonidos y datos en una trama sencilla que resulte coherente y clarificadora; sin embargo, Jameson (1995) asegura que pese a prometer esa claridad, en realidad solo mistifican lo que ocurre, por lo que el intento de ubicarnos sea aún más difícil. Así, el mundo está conectado y relacionado, por una red potencialmente infinita, que se nos presenta invisible a la humanidad, pero la explicación sobre su invisibilidad es cuanto menos plausible. De esta manera queda conectado lo colectivo con lo epistemológico en el que se van a dar esas características del pensamiento conspiratorio: todo está conectado, nada es al azar, las nuevas tecnologías son la nueva red que nos cubre y ese mundo se presenta ante nosotros de una forma plausible. Las TdC en el cibercapitalismo, después del 11-S Defiende el profesor Luis Vega Reñón (2019) que la profesión más preocupada actualmente por una argumentación correcta es la de Derecho, en especial los especialistas en Filosofía del Derecho. Sin embargo, he de añadir que a estos se unen con fuerza ciertos periodistas de investigación, ya que la argumentación sesgada, la construcción de la posverdad, de fake-news, de interpretaciones distorsionadas y sin contrastar con la realidad se dan principalmente en sus filas, y también hay profesores de Filosofía o de Estudios Culturales muy preocupados por este extremo, como ha sido el caso ya citado de Fredric Jameson. Entre los periodistas de investigación citaré a Alexander Cockburn y Michael Collon; y del profesorado a Peter Knight, Timothy Meiller, Frank Furedi y John Molyneux. Cockburn estudió las TdC partiendo de las versiones del 11-S, sobre todo al analizar como todas ellas poseían el mismo punto de arranque: negar las pruebas presentadas. Y que ante cualquier evidencia de su equívoco, utilizan hipótesis ad-hoc a cada cual más inverosímil: «Creo que es una locura. […] solo pienso en las teorías que tienen, de que ningún avión golpeó el Pentágono. Es de chiflados. Es como creer en platillos volantes» (Cockburn, 2016). También criticó a los buscadores de verdades en el asesinato de John F. Kennedy, sobre todo a la izquierda, pues consideraba que no podía perder el tiempo en esas cuestiones, que solo conducían al fracaso. De ahí que termine denominándolos sin ambages «los Chiflados de las conspiraciones». En lo que va a destacar Cockburn, al igual que anteriormente Hofstadter, es en el análisis del discurso conspiratorio, en el que destaca el abuso que realizan del condicional y el uso constante del sesgo de atribución que se une al sesgo de confirmación ya citado. A esto, Cockburn añade que muchas de las TdC se han construido alrededor de una anomalía, de un errant data, de un punto sin explicar por la teoría oficial, y que eso es una forma errónea de argumentar porque los constructores de conspiraciones operan igual que esos investigadores que indagan en las sentencias de los condenados a muerte buscando alguna anomalía y sobre ésta basan otra interpretación de los hechos, pero desvirtúan el sentido de las conclusiones: «Pero cuando un equipo de defensa de la pena de muerte se centra de forma minuciosa en un eslabón tan débil, provoca a menudo una visión distorsionada de todo el caso» (Cockburn, Rebelión, 17 de septiembre de 2006). Los constructores de conspiraciones siempre que descubren supuestas anomalías nos dirán que poseen pruebas frescas o «cuestiones inquietantes». Las mismas no dejan de ser coincidencias y estos buscadores de verdades suelen forzarlas en secuencias deductivas, a veces con saltos deductivos, que ellos estiman lógicas e importantes: «torturando los datos hasta que los datos acaban confesando» (Cockburn, 2006). Michel Collon es otro periodista de investigación que considera que los medios de comunicación dominantes desinforman sistemáticamente sobre los conflictos, aplicando los principios de la propaganda de guerra. De esta manera, Collon (2006) defiende que las TdC entran dentro de esa desinformación sistemática y se articulan alrededor de un esquema. Al mismo tiempo, Collon defiende que las TdC surgen en determinadas épocas históricas. Si están renaciendo con fuerza en estos momentos es porque se dan de nuevo las circunstancias históricas que las propiciaron; es decir, en los periodos de crisis y de desarrollo ideológico se asiste siempre a un recrudecimiento en la creencia en algún complot. Actualmente nos encontramos en uno de esos periodos: crisis política y económica; sensibilidad por los riesgos que lleva aparejados ―cambio climático, guerras, fundamentalismos…―; la pérdida de credibilidad de los medios oficiales; el hundimiento de los partidos de izquierda y la desaparición del análisis objetivo de la realidad desde los parámetros marcados por los diferentes intereses de las clases sociales. Collon comparará la interpretación conspiratoria de la Historia con otros métodos y concluye que: «el conspiracionismo es una forma de derrotismo y en el fondo hace el juego a los patrones y a la explotación» (Collon, 2016a). El conspiracionismo para Collon no permite comprender la Historia, tampoco las guerras, ni la realidad en la que nos movemos. En cuanto a los profesores universitarios que han abordado las TdC comenzaré por John Molyneux que considera como Collon que las TdC aparecen por todas partes en estos momentos de crisis y que la sociedad tal y como la conocemos se está desmoronando. Con Cockburn coincide en que las TdC como método de analizar la realidad surgen porque la izquierda y el movimiento obrero son débiles y sus organizaciones carecen de rumbo. Y coincide con ambos en que las TdC como método de interpretar el mundo son un obstáculo y tampoco son una guía fiable para la acción ni el cambio social. A este respecto su pensamiento se resume en ocho puntos que publicó en el ensayo «¿Qué falla en las teorías de la conspiración?» (2011). En él comparó el materialismo histórico con las TdC, para mostrar la inferioridad de éstas a la hora de interpretar la realidad. Las características de las TdC, según Molyneux (2011), vendrían a ser que: se basan en un conocimiento especial y oculto; el mundo lo gobierna una minoría en la sombra; esa minoría está muy cohesionada; sobrevaloran la unidad y fuerza de los gobernantes; la Historia es una sucesión de conspiraciones ocultas; no generan estrategias de acción práctica, de praxis, para cambiar el mundo; sus defensores presentan una doble moral, pues realizan su propia interpretación sin pruebas o evidencias serias y ante las pruebas que demuestran sus errores son rechazadas de plano, en una aplicación evidente del sesgo de confirmación; muchas tienen en su núcleo un elemento racista. El profesor Frank Furedi se suma a los anteriores y se centra en algunos elementos de las TdC para ver el paralelismo con el pensamiento en la Edad Media que consideraba que los accidentes que provocaban desgracias no ocurrían por casualidad, ya que no creían en el azar, por lo que pensaban que eran causados intencionalmente. El agente causante, al tener un resultado lesivo para la persona, era una fuerza malévola, si el resultado hubiese sido beneficioso, entonces el agente causante era una fuerza divina benefactora. Furedi asegura que esta perspectiva primitiva no se eliminó de nuestra forma de pensar; al contrario, considera que está volviendo. Aquí también se sitúa con Collon, Molyneux y Cockburn, cuando defienden que en las sociedades actuales, el compromiso crítico con la vida pública, por esa influencia del pensamiento conspiratorio, es sustituido por una búsqueda de lo oculto; es decir, los medios de masas y sus programaciones no ayudan, pues alimentan que lo importante hoy en día no es lo que las figuras públicas dicen realmente, sino lo que ocultan en realidad: «La cosmovisión simplista del pensamiento conspirativo […] Desplaza un compromiso crítico con la vida pública con una búsqueda destructiva de la agenda oculta. […] Una búsqueda constante de la historia detrás de la Historia nos distrae de realmente escucharnos unos a otros y ver el mundo como realmente es» (Furedi, 2005; 16.11). Esto incita al público a buscar motivos ocultos y muchos buscan explicaciones en el reino de las conspiraciones. Así mismo, Furedi considera que el pensamiento conspirativo que nació en la extrema derecha, actualmente inunda los conceptos de análisis de la extrema izquierda y anula la praxis o acción práctica. Así nos dice: «Hoy en día el movimiento antiglobalización y anticapitalista no está menos ligado a la política de la conspiración que sus oponentes de la extrema derecha. Desde su perspectiva una vasta conspiración neoconservadora global se ha convertido en una explicación para todos los males que afligen nuestros tiempos» (Furedi, 16 de noviembre 2005). Furedi (2008) nos indica que un evento mundial importante crea una demanda de explicaciones, lo que provoca un aluvión de respuestas que intentan evitar las responsabilidades, lo que denomina «no fui yo». Así, como respuestas rápidas de las causas de la crisis, nos señala que Bush culpó al crédito fácil; Obama, a la política económica republicana; el candidato republicano, McCain atacó a los reguladores por crear la crisis. En Gran Bretaña, nos dice que Cameron culpaba al primer ministro laborista Brown, y éste a la economía mundial. Estas respuestas justificativas del «no fui yo», llevan generalmente a la búsqueda de chivos expiatorios. Así, tenemos las palabras del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, quién dio un paso más y recicló el chivo expiatorio favorito de la historia, el buco emisario reaparece en forma de los judíos, la motivación racial en las TdC. Peter Knight (2004), por su parte, constata el hecho de que las TdC están por todas partes en la cultura americana desde el inicio de la Guerra Fría hasta nuestros días. Así, desde el momento posterior a la II Guerra Mundial, ha nacido una amplia sospecha de que fuerzas siniestras están conspirando para tomar el control del destino de la nación norteamericana y, por tanto, de la humanidad. Ya no se trataría de un asunto exclusivo de chiflados de extrema derecha, sino que se presenta como una respuesta a un mundo amenazado y globalizado en el que todo parece estar relacionado. Analiza las TdC desde el nacimiento en los Estados Unidos, como elemento importante de la construcción de la nación norteamericana como pueblo elegido, cuestión adelantada por Hofstadter (1964). Esta situación da un inesperado giro con el asesinato de John F. Kennedy que provoca que el pensamiento conspiratorio sea visto como una especie de paranoia creativa ―término acuñado por Thomas Pynchon en Arco Iris de Gravedad― y sea asumido por sectores del Nueva Izquierda como análisis e interpretación de la realidad. Hasta tal punto se han extendido que las interpretaciones de la extrema derecha y de la extrema izquierda, coinciden en los que Peter Knight denomina siguiendo a Michael Kelly (1995) «paranoia de fusión», cuestión que viene a significar que se han embadurnado los extremos políticos. Todo ello entreverado en una serie de características que las define: la conexión de todo lo existente, la Red como incontrolable, el Pánico moral y el miedo al control de la mente y del cuerpo, adornadas con predicciones del final de los tiempos, furor apocalíptico religioso, encarnación de alta tecnología del juicio final, fallo de los ordenadores en el sistema global. Así, las TdC imaginan con antelación el peor escenario posible de paranoia apocalíptica. Finalizaremos con el profesor Timothy Melley (2008) que considera que en el siglo XXI todo parece conectado por un teléfono inteligente y una red social. Esto hace casi imposible mantener la individualidad, por lo que ésta se ha convertido en una preocupación importante de todo ciudadano, al considerarla amenazada por esta red de interconexión y posiblemente de manipulación, como la mayoría considera. De ahí que la creencia en las TdC se convierta en un síntoma cultural en nuestro tiempo, de cómo ciertas personas perciben el poder y todo lo público. Esto conduce a la creencia de que la cultura actual se presenta ante nosotros como que las instituciones y fuerzas complejas nos son ajenas y contrarias, que manipulan y controlan nuestras acciones, cuerpo y movimientos, y pensamientos, manipulación mental. De ahí que toda TdC busca el epicentro del que emana el poder y todo discurso político actual las incluye de una forma u otra, así como incluye también la propia paranoia. De hecho, pocos eventos actuales y notables han escapado a ese análisis conspiratorio y a sus elementos constitutivos. Agency Panic será el concepto por el que Melley designa la ansiedad, que él define y gradúa como intensa, en los sujetos de la época actual por la pérdida aparente de autonomía, ya que considera que el origen de dicha ansiedad se encuentra en la forma en que asumimos que las grandes organizaciones puedan estar controlando nuestras vidas, influyendo en nuestras acciones o construyendo nuestros deseos, cuestión esta última que tiene que ver directamente con la industria de la publicidad y el entretenimiento. Es una ansiedad que se enmarca en el control social ejercido sobre los ciudadanos por todas las instituciones o agencias citadas, al considerar la conspiración como un amplio despliegue de controles sociales. La posición de Melley respecto a las TdC podríamos resumirla en estos puntos: en primer lugar, la explosión de TdC desde el comienzo de la Guerra Fría es en parte una expresión de la ansiedad sobre la cultura de masas; en segundo lugar, la TdC siempre ha expresado sospechas sobre las autoridades tradicionales ―periodistas o dueños de los medios de comunicación, académicos, funcionarios del gobierno (principalmente agencias, policías, militares…)― y su poder para construir la llamada «historia oficial»; en tercer lugar, conviene recordar que las TdC contemporáneas son inseparables del surgimiento de esa inseguridad, física y psicológica, que provocó la Guerra Fría. De aquí nace la característica vigésimo tercera de que las TdC, pese a que su nacimiento, ideológicamente hablando, se sitúa en la extrema derecha; desde el 11-S ocupan ambos lados del espectro político, de tal manera que sirven por igual manera a la externa derecha como a la extrema izquierda para interpretar la realidad, lo que ha sido denominado como paranoia de fusión (Kelly, 1995; Knight, 2004). La extensión del conspiracionismo a todos los órdenes Al igual que el mercado se ha extendido sin dejar ningún lugar en blanco en el mundo, las TdC y, por consiguiente, el pensamiento conspiranoico que interpreta la Historia y la realidad como el resultado de una conspiración de grupos poderosos y secretos, se ha extendido por todos los rincones del mundo y por la atmósfera cultural, de tal forma que ha tenido también su reflejo en la literatura contemporánea. Así, he señalado la generación posterior a la II Guerra Mundial e hija de la Guerra Fría, la Beat Generation, como precursora de esos autores que convertirán la conspiración en una de los tropos de su literatura. Uno de los más característicos será William Burroughs que despliega en sus novelas los elementos básicos de este tipo de pensamiento: los temores de persecución y la paranoia, que han de entenderse como síntomas de neurosis personal; sino que son la respuesta ante un estado de control de los placeres privados a través de «formas de procedimiento disciplinario» del sistema. Así, Burroughs destacará los mecanismos institucionales de vigilancia y control disciplinario de la sexualidad y el uso de drogas, donde la paranoia es una reacción justificable al deseo del Estado de ejercitar su poder con el objeto de curar y controlar lo que está etiquetado como un desvío, principalmente la homosexualidad o uso de las drogas. De esta manera, el estilo paranoico ya no quedará limitado al discurso político de la extrema derecha; ahora, a comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, se convertirá en sello común de la literatura norteamericana. El primer escritor de gran difusión que convirtió la conspiración en un tropo de su literatura fue Thomas Pynchon, que ya desde sus primeros relatos a finales de la década de los 50’ del siglo pasado, sentó las columnas de este pensamiento paranoide. Así, partiendo de su experiencia militar, sentencia que el Sistema de Comunicaciones que relaciona todas las unidades, horizontal y verticalmente es la causa de que el Ejército norteamericano sea tan poderoso. Esa fue la base para considerar la interrelación de todo lo existente en la realidad, el todo está conectado, como el elemento básico de la paranoia. Pynchon también considera que este pensamiento es propio de la extrema derecha, con la que se identificaría en su juventud con una «cháchara racista, sexista y protofascista» (Pynchon, 1992; 70). Sin embargo, después del magnicidio de Kennedy, grupúsculos de la izquierda se suman a interpretar la realidad como una conspiración; es decir, a partir de ese momento el pensamiento conspiratorio ya no es patrimonio de la extrema derecha. Aquí, Pynchon acuñará el término paranoia creativa, como la incorporación de la izquierda y de la contracultura de la época a este método de interpretar la realidad. Esto se concretará en su narrativa al separar y definir el Nosotros del Ellos, donde estos últimos serán las agencias gubernamentales. La paranoia, pues, será un método de interpretar la realidad y la Historia, tanto para los dos extremos políticos. Pynchon en sus obras nos dejaba la conspiración como una radiación de fondo, sin traspasar ciertos límites; sin embargo, en su última obra, Al límite, trasladará los atentados del 11-S y las versiones alternativas a la oficial, lo que se ha conocido como 9/11 Truht Movement, principalmente la creencia de un atentado de bandera falsa, y convertirá a la Red ―al sistema de comunicaciones de la humanidad― en el verdadero protagonista. Otro autor que se suma en esa época a Burroughs y a Pynchon será Philip K. Dick, que desde sus primeras obras mantendrá la creencia de que el pensamiento conspirativo se basa principalmente en que «Todas las partículas está conectadas entre sí» (HC, 59); es el equivalente al «todo está conectado» de Pynchon y que Dick denominará como «sincronicidad». La realidad será, pues, todo lo que se mueve debajo de la conspiración de Ellos frente a Nosotros, donde la televisión y las ondas que emite serán un método de control de ese plan oculto de los conspiradores, por lo que no existe el azar ni la casualidad. También coincide con Thomas Pynchon al considerar que las conspiraciones son invisibles a la humanidad y solo pueden verse por personas especiales, que nos las interpretan y analizan. A estos dos se sumará Norman Mailer, que identificará, a la inversa de Thomas Pynchon y Philip K. Dick, el Nosotros con los agentes de agencias gubernamentales, de tal manera que el iluminado lector de conspiraciones pasará a ser un agente entrenado para ese proceso o tarea, elemento esencial en la Guerra Fría. Mailer considera que para estos agentes el pensamiento conspiratorio se convierte en una filosofía de vida e identidad y de supervivencia. Los personajes colgados, drogadictos, marginados e hijos de la Gran Depresión, que conformaban el underground pynchoniano desaparecen con Mailer, y son sustituidos por agentes entrenados por el sistema. Respecto al 11-S, rechaza el volumen de TdC que se engendraron a su alrededor. Don DeLillo es el siguiente escritor que he citado, pues a partir de su novela Los Nombres (1982) su narrativa refleja de forma constante el componente paranoide de la cultura occidental y suma ―junto a la televisión, la basura, la urbe y el capital―, las conspiraciones a los tropos de su literatura. DeLillo, como adelanté, separa y diferencia conspiración y paranoia, pero los considera términos complementarios. El conspirador vive desde dentro la conspiración y el paranoico es el que las construye desde fuera. De tal manera que toda TdC posee una comunidad con un fin, que es secreto para el resto de la sociedad. Luego todo nos recuerda a la Epifanía en el cristianismo, donde determinadas revelaciones o apariciones permiten a profetas, chamanes, oráculos o brujos interpretar visiones o indicios más allá de este mundo o de lo cotidiano. DeLillo considera que esto ha sido favorecido con el Estado moderno al desarrollarse en numerosas agencias, subagencias, administraciones, departamentos que favorecen a la invisibilidad del Estado. De esta manera, la conspiración será una de las grandes obsesiones de Occidente, que alcanzó su cota máxima con la Guerra Fría. Así, en Libra (1988) reconstruye el asesinato de Kennedy desde tres posibles teorías conspirativas, pero como he dicho en el apartado dedicado a su obra, DeLillo abusa de las falacias del post hoc y del cum hoc ergo propter hoc en sus argumentaciones. Más adelante, después de los atentados del 11-S, DeLillo regresa a la identificación sugerida por Thomas Pynchon del Nosotros y el Ellos, donde Ellos serían los agentes de las agencias gubernamentales y el Nosotros, los sujetos del underground pynchoriano o miembros de la contracultura. Para DeLillo, Ellos serán los terroristas ―«unos cuantos hombres dispuestos a morir» (DeLillo, 2007; 58)― y Nosotros ―«el capital, el trabajo, la tecnología, los ejércitos, las instituciones, las leyes, la policía y las cárceles» (Ídem)―es el término por el que identifica al pueblo norteamericano y su instituciones. Finalizaré con la obra de David Foster Wallace, que analiza cómo la sociedad actual es el resultado de una economía, cuyo mercado ha absorbido casi todo lo que nos rodea. Dentro de este mercado que ha absorbido todo, hasta el tiempo libre, se crean las subjetividades de esta nueva cultura, que Wallace considera muy infantiles y fácilmente manipulables. Es el equivalente a los sujetos descentrados de la posmodernidad, como los define Terry Eagleton, o a las subjetividades infantiles del underground pynchoriano, del que ya hemos hablado, o la sociedad basada en el infantilismo y la tontería, que sin saberlo adoran a la diosa Hebe, por lo que Philip K. Dick los denominará hebefrénicos. De tal manera que para David Foster Wallace, la paranoia o pensamiento conspiratorio es un método elemental de interpretar lo real, que cala principalmente en subjetividades muy infantiles que ha producido esta sociedad que controla o manipula hasta el tiempo libre de los ciudadanos. O, como nos advertía Dick, este tipo de pensamiento conspirativo, paranoide, también encuentra refugio en mentes destrozadas por la droga o el alcohol. Así, la literatura norteamericana contemporánea se ha empapado del pensamiento conspiratorio, cuyas características comunes he analizado como que todo está relacionado en la realidad, la sincronidad de Dick; son propias de sociedades muy infantiles, hebefrenicas, propias de la diosa Hebe; las conspiraciones se encuentra bajo las apariencias y solo los iluminados pueden interpretarlas en una especie de Epifanía; y van a distinguir otras dos figuras en las TdC: la del conspirador, que trabaja las conspiraciones desde dentro, y los paranoicos, que la trabajan desde fuera. Fuera como fuere, aquí se nos presenta la vigésimo cuarta característica de las TdC y es que se han extendido hasta convertirse en un tropo de la literatura norteamericana contemporánea. A lo que sumamos que además de servir con mito fundacional de naciones o imperios, también se convierte en forma identitaria de grupos, lo que constituiría la vigésima quinta característica. La emancipación de las TdC Los atentados del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center en Manhattan, New York, y del 11 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid, pusieron sobre la mesa cuestiones novedosas sobre las TdC del siglo XXI. En primer lugar, los medios de comunicación actuales, principalmente internet, y su comercialización y posesión por casi todos los ciudadanos y su anclaje en diferentes soportes, provoca que cualquier TdC sea viral en el ciberespacio, consiguiendo miles de adeptos o seguidores en cuestión de poco tiempo, pues es gratis, instantáneo, global y descontrolado. En segundo lugar, las tesis defendidas por diferentes pensadores citados anteriormente (Collon, 2016; Molyneux, 2011; Furedi, 2008), de que las TdC nacen en momentos de graves crisis social, en intervalos de incertidumbre que presenta la Historia, aunque esto es cierto en el periodo histórico anterior al nuestro, en la actualidad se han emancipado de la base social; es decir, si algo enseñaron los crueles atentados antes citados es que ya no se necesitan esos momentos de crisis sociales para que nazca una TdC, ahora es suficiente con que un medio con poder de difusión suficiente las construya y difunda, incluso contra la versión oficial de un Estado. Es, pues, una cuestión diferente a las TdC construidas desde el poder, como fueron los casos de Nerón, Diocleciano, Stalin, Mussolini, Franco o Hitler, y las estrategias del poder para imponerlas, perfectamente investigadas desde Karl Mannheim en Diagnóstico de nuestro tiempo. Así, diferenciándolas de las TdC creadas desde el poder, centro esta conclusión de la tesis: las TdC se han emancipado de su base social y del poder, ya no se necesitan las graves crisis económicas o humanitarias que se dieron en la Historia, al estilo de la Peste Negra o el Crack del 29, para que nazcan y tampoco se precisa que desde el poder un dictador las construya para eludir movimientos críticos a su gestión y crear un chivo expiatorio para señalarlo como culpable de las desgracias sociales. Ahora se pueden construir y difundir de forma autónoma sin esas dos exigencias, hasta encontrar grupos con gran motivación ideológica o emocional que las defienda prescindiendo de las pruebas, solo utilizando de forma sutil las falacias y sesgos adecuados, como ya he mostrado en diferentes casos: el 11-S, el 11-M y más recientemente con la matanza de Sandy Hook y el 17-A. Así, los esquemas de construcción de una TdC fueron los mismos para el 11 de septiembre de 2001 que para los del 11 de marzo de 2004; es más, en el caso de algunos constructores de conspiraciones, primero se ensayaron con éxito en las versiones del 11-S y luego se trasladaron a las TdC del 11-M y ahora ocupan nuevos escenarios. La primera característica que presentan en ese esquema para la construcción de TdC es la negación de las pruebas o cuestionamiento o desprestigio de las mismas presentadas por la versión oficial. De esta manera, Thierry Meyssan en La gran impostura cuestiona la existencia de un avión comercial impactando contra el Pentágono y defiende que se trataba de un misil AGM. De esta manera se concluye: «La versión oficial es un montaje» (Meyssan, 2001; 13) o «La versión oficial es mentira» (Meyssan, 2001; 27). En cuanto al 11-M se cuestionó por parte de los constructores de esta conspiración (Luis del Pino, Fernando Múgica, Pedro J. Ramírez, Federico Jiménez Losantos, etcétera) la validez de la cinta coránica, la mochila de Vallecas y el contenido de explosivos, la furgoneta Kangoo, el coche Skoda y el tipo de explosivo en el atentado (Goma 2 ECO o Titadyn). Y concluyeron de la misma forma que Meyssan: «La versión oficial es un montaje». Tanto en la TdC del 11-S como en la del 11-M, al cuestionamiento de la versión oficial y las pruebas presentadas, se une la negación o desprestigio de los testigos, de fotos, de los restos y sus análisis por los laboratorios especializados, así como de cualquier material o testimonio que sirviera para construir sobre él la versión oficial. La segunda característica que se suma a esa negación de las pruebas es el desprestigio de los supuestos autores. Aquí se aplica el sesgo de atribución o correspondencia en los dos casos: es decir, los autores presentados por las autoridades no pueden ser los verdaderos autores porque no tienen entidad suficiente para cometer magnicidios o atentados de esas dimensiones o complejidad, pues se les va a considerar personas insignificantes. De ahí que nacieran esas expresiones racistas de «moritos», «pelanas» o «árabes que vivían en cuevas». Es el sesgo de atribución ya aplicado con el magnicidio de Kennedy, pues, para ellos, Lee Harvey Oswald carecía de entidad suficiente para asesinar a un presidente de los Estados Unidos, por lo que solo pudo ser una gran conspiración que se intenta ocultar. A grandes desgracias deben existir grandes causas que las provoquen, no pueden ser unos «pelanas o moritos»; ése es el esquema del sesgo de atribución. En el caso del 11-S, será Meyssan quien cuestione que esos 19 elementos de diferentes nacionalidades que había señalado por el FBI en la Operación Penttbom, pertenecientes a la Red Al Qaeda y dirigidos por Bin Laden sean los autores, por diferentes motivos, pero principalmente por su propia entidad personal e intelectual para planificarlos y ejecutarlos. Lo mismo ocurrió el 11-M, en este caso fue todo un ex presidente del gobierno quien empleó el sesgo de atribución al desprestigiar a los autores y llamarles «moritos», «pelanas» o «árabes en sus cuevas». A él se unieron después los buscadores de verdades del 11-M que ya he nombrado. A estas dos primeras caracterizas, negar las pruebas y cuestionar a los autores, sigue de inmediato, en su cadena deductiva, la tercera: que en todo el entramado hay algo oscuro. Esta oscuridad es porque los conspiradores, como sospechaban desde el primer momento, son muy poderosos y ocultan la autoría y las pruebas. Así, en el atentado del 11-S, si el avión nunca estalló en el Pentágono y fue un misil AGM, este sofisticado material militar solamente lo posee el poderoso ejército norteamericano, luego es un atentado de bandera falsa, The New Pearl Houbur, como lo denominará David Ray Griffim (2006). No presentan pruebas, se limitan a enumerar una serie de supuestas conspiraciones que posiblemente ocurrieron (el atentado en el Golfo Tonkin, Operación Gladio, la preparación por la CIA de la invasión de Bahía Cochinos sin el conocimiento del presidente, la Operación Northwoods contra Fidel Castro y todas las enumeradas en el epígrafe «5.a. ¿especulaciones sin sentido?» de este trabajo), con otras que se desconoce su veracidad (Pearl Harbor, la venda de drogas por parte de la CIA denunciada por Gary Webb en 1996 y las expuestas en esta tesis), para efectuar el salto deductivo y asegurar que como todo eso ocurrió, pues lo que exponen ellos también ha ocurrido. En el caso del 11-M, el razonamiento y la cadena deductiva son similares, pues consideran que no será el Ejército el verdadero autor de ese atentado de bandera falsa, sino una rama de la policía que sigue las órdenes de Rafael Vera, como cuando creó el GAL. Lo que viene a indicar que es el PSOE quien se encuentra detrás de ese «Golpe de Estado interno», como lo denominarán. A estos autores les han añadido cómplices. Así, Isabel San Sebastián habló de la conexión masónica, al citar a la jueza francesa Laurence Le Vert y a su marido. La conspiración masónica regresaba, como siempre en España, de la mano de los conservadores. Luego, otros autores seguidores de la TdC Unificada identificarán a esos masones como los Illuminati (Koch, 2004; 11). Todo lo anterior se deduce sin pruebas o «retorciendo los datos hasta que hablan y dicen lo que quieren esos buscadores de verdades» (Cockburn, 2006). Además, nos explican que es así porque han aplicado el verdadero método de investigación: ¿a quién beneficia? Que no deja de ser otra falacia, la cui bono? Meysan y Griffin concluyen que benefició a las ciertas ramas del Ejército que vieron incrementado su presupuesto y se enriquecieron ciertos fabricantes de armas, todo ellos unido a los supuestos lazos económicos entre las familias de Bin Laden y los Bush. En el caso del 11-M, consideran que se benefició a un partido político en concreto frente al que verdaderamente iba a ganar esas elecciones, por eso lo denominarían «Golpe de Estado interno». Sin embargo, como ya adelanté, fue un miembro de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, José Luis Sánchez, quien desenmascaró de forma contundente este método, cuando ante la pregunta de Luis del Pino, « ¿a quién ha beneficiado este atentado»?, respondió: «A usted, que no era nadie y ahora vende miles de libros en El Corte Inglés». Eso es de aplicación a Meysan, a Griffin y al resto de buscadores de verdades. A esta falacia del cui bono?, utilizan también el viejo método ya inventado por el abate Barruel y el exmasón Robison para atacar a la Revolución Francesa de la retroalimentación. Así, Meyssan se retroalimenta con las tesis de Griffin y viceversa, o Bruno Cardeñosa desde los dos. Lo mismo decimos en el caso del 11-M, con Luis del Pino, Pedro J. Ramírez, Federico Jiménez Losantos, Fernando Múgica y de nuevo Bruno Cardeñosa. Es significativo que estos dos últimos autores provengan de la narrativa sobre la existencia de OVNI, de la ufología. Y toda su argumentación la cierran con la prueba suprema ―una especie de «experimento crucial» en la jerga de los filósofos de la ciencia―, que demostraría su verdad: «el cierre de archivo». Esto se inició con el magnicidio de Kennedy, pues el asesinato posterior de Lee Harvey Oswald hacía sospechar que hubo una conspiración de grandes dimensiones y que a los verdaderos autores o conspiradores no se les podría identificar porque no había a quien preguntar. Luego, concluirán de forma rotunda que es verdad la conspiración que ellos defienden. En el caso del 11-S, estos constructores de verdades consideran que «el cierre el archivo» se produce con la supuesta inmolación de los terroristas contra las torres gemelas y en el caso del atentado del 11-M, con la explosión de Leganés. Aunque más que inmolaciones, podemos considerarlos como atentados kamikazes, el primero contra los ciudadanos de los edificios y pasajeros de los aviones, y el segundo contra la Policía. La emancipación y construcción de conspiraciones sin necesidad de momentos históricos convulsos sería la característica vigésimo sexta. La conversión en virales, la vigésimo séptima. La creencia en TdC y el fanatismo Karl Popper (1945) fue uno de los primeros pensadores que señalaron la supuesta irrefutabilidad como una característica de las TdC. Planteaba que las TdC son irrefutables al ser discursos cerrados y autoconfirmatorios o formas retóricas cerradas. En los años posteriores, las TdC no han hecho más que extenderse por la atmósfera cultural y más desde la implantación y difusión de internet, que las ha convertido en virales, pero siguen manteniendo una estructura que las hace irrefutables. Esto ha conducido a varios pensadores a identificarlas con las pseudociencias. El primero fue a Bertrand Russell (1952) en su artículo inédito «Is there a God?». Luego Carl Sagan (1997) profundizó en The Demon-Haunted World, cuando nos explicaba aquella analogía del dragón en el garaje, como muestra y crítica a los argumentos ad-ignorantiam usados por ciertas pseudociencias. A su vez, Julio Patán (2009), considera a las TdC resistentes a la evidencia porque: «No importa qué tantas pruebas puedas presentar para rebatirlas, los creyentes siempre van a descalificar la evidencia bajo el argumento de que se trata de una mera pantalla orientada a desviar la atención» (Patán, 5 de septiembre de 2009). Es decir, esa supuesta irrefutabilidad de las TdC provoca que se comporten como las pseudociencias. Así, la protegen ante los intentos de refutación, en la «impermeabilización de las creencias», que es la resistencia de las pseudociencias a la crítica. En los estudios de Boudry (2011) en solitario o conjuntamente con Braeckman (2012), sobre la relación entre ciencia y pseudociencia, ofrecen análisis extrapolables al estudio y comprensión de las TdC, al examinar la manera en que las pseudociencias se protegen ante los intentos de refutación. Así, como ya apunté anteriormente, consideran la impermeabilización de las creencias y la resistencia de las pseudociencias a las críticas con técnicas de irrefutablilidad. De ahí que se conforman con demostrar una mera posibilidad, no el hecho en sí, para concluir que el hecho en cuestión ha quedado acreditado. Del análisis anterior de esa supuesta irrefutabilidad, se derivan varias cuestiones que diferentes autores han querido ver como denominadores comunes de todas las TdC: la ausencia, como sustitutivo de la casualidad; y la fe en las TdC que las hacen comportarse como religiones laicas y que enlaza directamente con la irrefutabilidad. A las que podemos añadir la intencionalidad, sempiterna en cualquier TdC y que enlaza con el Todo está relacionado, que desprecia el azar, el accidente, y manifiesta que todo tiene una causa; y las anomalías no explicadas, los errant data, los agujeros negros de cualquier explicación oficial provocan el nacimientos de teorías alternativas. Por lo que podemos afirmar que las técnicas de irrefutabilidad son idénticas en las TdC y las pseudociencias, esto es porque las definiciones que se manejan de estas últimas pudieran ser aplicables a las TdC: primero, es la creencia o práctica que es presentada como científica y fáctica, incluso con lenguaje pedante, pero es incompatible con el método científico; segundo, se caracteriza por el uso de afirmaciones vagas, abuso del condicional en su exposición, contradictorias, exageradas o infalsables; tercero, la dependencia en el sesgo de confirmación en lugar de pruebas rigurosos de refutación; cuarta, poca o nula disposición por parte de sus seguidores a aceptar evaluaciones externas de expertos y cuando las hay, se intentan desprestigiar; y quinta, la ausencia de procedimientos sistemáticos, a modo de métodos científicos, para el desarrollo racional de esos constructos. Esa creencia en TdC o pseudociencias puede convertirse en una forma de vida, de Ser o Estar-en-el-Mundo, y que llegue a un fanatismo que impida interpretar el mundo de otra manera. En realidad es una especie de racionalización de la realidad que es muy difícil de desmantelar con argumentos, como ya analizamos con las creencias de la superioridad aria, ya que en la actualidad se han construido con elementos de desecho ―información basura o insuficiente― y son asumidas por una comunidad de fe, comportándose como ya dije como pseudociencias o religiones. Solo se desmantelan si las condiciones sociales que las crearon desaparecen o se somete a los individuos a un proceso de desprogramación. Es la misma situación que nos mostraba Williams Burroughs en Yonqui (1953), en la que nos mostraba una crónica de la adicción: los vagabundeos en busca de la droga; la aspiración por el chute; la particular sexualidad; las curiosas relaciones nacidas en la comunión de la droga, donde para llegar al paraíso hay que hundirse en su infierno, porque la droga finalmente no es un medio para aumentar el goce ni un estimulante: es una manera de vivir. Luego, para que la persona se liberase de esa manera de vivir tendría que someterse a una descodificación, para volverla a codificar y construirle una nueva personalidad, como nos explica Burroughs. Ese paralelismo que establezco entre los procesos de desintoxicación de las drogas y los de desprogramación desde una forma de ver la realidad, también los encontraremos en las obras de Philip K. Dick, pues establecía una comparación entre el método paranoico de interpretar lo real y el método de desintoxicación de los alcohólicos o drogadictos, ya que al desintoxicarse han de volver a interpretar lo que les rodea. De ahí que han de ir a explicaciones muy sencillas, que les hagan entender cuestiones muy complejas; es decir, ése sería el caldo de cultivo por el que las TdC se extiendan y consoliden, pues son explicaciones sencillas a la complejidad real. Conocedor de la cuestión, Dick nos explicará que en mentes destrozadas por la droga se utiliza un método ―que él considera fascista, como he mencionado― para que el paciente pueda interpretar lo que le rodea de forma sencilla: «La técnica de desintoxicación [...] hace que la persona se vuelva por entero hacia afuera y dependa enteramente del grupo. Luego pueden construir una nueva personalidad que no dependa de la droga» (Dick, 2017a; 20). Es el mismo método que nos explicará más adelante David Foster Wallace para la desintoxicación y empleado en Alcohólicos Anónimos, que viene a semejar a esas personalidades infantiles creadas en el mundo actual, que para interpretar la compleja realidad necesitan explicaciones muy sencillas, siendo por tanto el caldo de cultivo para que las TdC se extiendan y consoliden: «les enseña cosas bastantes profundas mediante clichés aparentemente simplistas» (Wallace, 2012; 89). Las TdC se convertirían en una forma de interpretar la realidad, en una cosmovisión, y en virales, en una sociedad que genere personas inmaduras, débiles ante el consumo y que solo admiten métodos básicos, elementales, de interpretar la realidad. De tal manera que Dick se atreve a defender que los seres humanos en esta sociedad somos «hebefrénicos», inmaduros, como actuales seguidores de la diosa griega Hebe y esa es una de las funciones principales del pensamiento conspiratorio, crear subjetividades que cada vez son más inmaduras. Hay que cambiar el método de ver la realidad para sacar al sujeto de su adicción, cuestión que se realiza con elementos básicos y sencillos de entender lo que le rodea, pues es la forma que personas con el cerebro dañado por las drogas o el alcohol puedan recomponer su modo de vida, al resetear de nuevo o desprogramar el cerebro. O es esa desprogramación del sujeto o hay que cambiar el mundo para que las condiciones que generaron una forma de pensar cambien, pues las TdC es difícil refutarlas con argumentos por esas técnicas de irrefutabilidad que utilizan. Eso fue lo que ocurrió después de la II Guerra Mundial y la desprogramación de los nazis, cuya conclusión en los Juicios de Núremberg no puede ser más clarividentes. Cuestión en la que está de acuerdo el psiquiatra forense José Cabrera: «hay que desprogramarles con nuevos valores y aumentar su autoestima. Hacerles ver que pueden ser útiles sin necesidad de hacer la vida imposible a nadie». Es lo que he defendido, que cualquier TdC cambia para defenderse, con sus mecanismo de defensa epistémicos o estrategias inmunológicas: creando hipótesis ad-hoc o utilizando los sistemas de defensa de las falacias ad ignorantiam, ad hominen, ad populum, ad verecundiam o negando las pruebas en contra o empleando sesgos de continuo, principalmente el de confirmación o de atribución, o todo a la vez, de tal manera que es casi imposible refutarlas con argumentos lógicos. Por eso se hace necesario que las condiciones sociales que las han creado cambien o mueran, ya que la verdad nunca ha sido una cuestión teórica, sino práctica, y las teorías no flotan en el aire, sino que son el producto de relaciones político-sociales y económicas que se encuentran en su origen. En estos momentos, la realidad y la Historia se interpretan como una conspiración que ha incrementado las dimensiones ontológicas de su creencia y se han igualado a cosmovisiones. Así, internet ha ayudado a que sean virales e incrementen esas dimensiones ontológicas, pero también que sea una forma elemental, muy básica de interpretar lo realmente existente, por lo que se ha extendido en todas las civilizaciones y culturas del globo, como si fuera lingua franca. La peligrosidad de interpretar la realidad como una conspiración, radica en que en ese desplazamiento de las TdC de la periferia lunática al centro de la atmósfera cultural, impregne a una comunidad de fe ―hasta grupos terroristas― o el propio Estado y las asuman, señalando a un chivo expiatorio como causante de las desgracias; entonces, lo convierten en un blanco fácil de fanáticos. De este epígrafe deducimos la característica vigésimo octava: debe procederse a una desprogramación en los sujetos para sacarlos de las creencias en TdC, como forma de interpretar la realidad. También la vigésima novena: no se han limitado territorialmente al mundo occidental, hoy se han extendido por todos los países, de tal manera que hoy también son lingua franca en todo el mundo, pues sus andamios se entienden en todas partes. Y cierro con la característica trigésima: no existen TdC inocentes, cualquiera puede conducir al genocidio, las masacres o suicidios colectivos si logran los elementos de los que he hablado a lo largo de este trabajo. Las TdC anteriores al siglo XXI nacieron en momentos de crisis social y de inestabilidad, como mantienen Cockburn (2006), Furedi (2007), Molyneux (2011) y Collon 2016). Sin embargo, la característica que se produce en este siglo es que con la aparición de internet y las nuevas tecnologías, las TdC se han emancipado de esa base social y se construyen y difunden hasta convertirse en virales sin necesidad de que nazcan de esos momentos de crisis. Las pautas de construcción las siguieron y nos las mostraron los primeros detractores de la versión oficial de 11-S, principalmente Meyssan (2002) y Griffin (2012); los numerosos constructores de verdades alternativas al 11-M; e incluso los que quisieron construir una TdC alrededor de los atentados de Barcelona del 17-A o de la masacre de la escuela de primaria de Sandy Hook, como ya mostré en capítulos anteriores. Esa emancipación, como característica actual, se une la difusión en todos los órdenes de la vida: la extensión del pensamiento conspiratorio o paranoico a la literatura contemporánea en las obras de Burroughs, Pynchon, DeLillo, Dick, Meiller o Wallace; también a otros órdenes de la vida y el pensamiento, como a los discursos políticos y análisis sociales; y, por último, también se han extendido fuera de Occidente, y han llegado a todos los rincones del mundo. Ya no son, pues, patrimonio de Occidente, sino que en cualquier lugar del mundo se utilizan los mimbres de las TdC como forma elemental de análisis de la realidad, como un sistema de pensamiento y un método de acción (Moscovici, 1987). Así, se ha estudiado este fenómeno en Nigeria (Bastián, 2003), Mozambique (West, 2003), Indonesia (Schrauwers, 2003), Tanzania (Sanders, 2003), Corea (Kendall, 2003), entre los budistas de Rusia, China y Mongolia (Humphrey, 2003) o en Oriente Medio (Pipes, 1996; Tapper, 1999; Anderson, 1996) y en diferentes comunidades en Occidente, como la afroamericana en la cual ha llegado a tener mucho predicamento el conspiracionismo (Kendall, 2003; Night, 2002) o en determinados grupúsculos identitarios feministas (Night, 2002). La emancipación de las TdC de los periodos de incertidumbre y su construcción en «laboratorios», así como su extensión a todos los órdenes de la atmósfera cultural y a los territorios del mundo más recónditos es la razón por la que se ha convertido en «lingua franca de la epistemología», pues todo el mundo entiende los andamios básicos sobre los que se asienta esta forma de interpretar la realidad y los mimbres necesarios para su construcción. Las TdC son una nueva «lingua franca epistémica»en el contexto del Nuevo Orden Mundial; es decir, «la plebeyización de la epistemología», a la que ya he mencionado al hablar de que son una forma de mapeo cognitivo (Jameson, 1995). Esos constructos conspiratorios son usados por parte de los ciudadanos como respuesta popular contra las fuerzas impersonales que dominan la sociedad (Hellinger, 2003), es el Agency Panic (Melley, 2000), o un mecanismo de defensa contra la competencia capitalista donde solo el paranoico sobrevive (Grove, 1996) o como mecanismo de defensa contra la falta de transparencia y legitimidad de acciones de la policía, militares y agencias de inteligencia ―«aparatos represivos del Estado», en jerga de Althusser―, cuyas misiones incluyen conspiraciones emprendidas realmente (Groh, 1987).