Rafael del Riego, símbolo de la revolución liberal

  1. Sánchez Martín, Víctor
Dirigida por:
  1. Emilio La Parra López Director/a
  2. Rafael Zurita Aldeguer Codirector/a

Universidad de defensa: Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante

Fecha de defensa: 20 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Elena Maza Zorrilla Presidente/a
  2. Cayetano Mas Galvañ Secretario/a
  3. Francisco Carantoña Álvarez Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 401448 DIALNET

Resumen

La presente tesis doctoral responde a la necesidad de abordar una biografía histórica sobre Rafael del Riego. Su importancia histórica está fuera de toda duda, pues personificó durante el Trienio Liberal la revolución liberal española. Nacido en el seno de una familia de hidalgos asturianos exponente de los planteamientos ilustrados españoles, Rafael del Riego cursó estudios universitarios antes de ingresar en la Guardia de Corps. Tras la invasión francesa, fue hecho prisionero en 1808 en la batalla de Espinosa de los Monteros. Retornó a España en 1814, y no sería hasta 1820 que por su papel protagonista en el pronunciamiento que permitió el restablecimiento de la Constitución de Cádiz se convirtió en una figura histórica de gran importancia. Pese a la celebridad del militar que protagonizó el pronunciamiento de Las Cabezas de San Juan, carecemos de una biografía histórica moderna sobre él, y tampoco contamos con estudios que hagan hincapié en su mito, que siguió un proceso histórico de construcción no exento de contradicciones y tensiones. Ambas cuestiones, la biografía histórica y el proceso de construcción del mito, son los elementos fundamentales que aborda este trabajo. El escaso interés biográfico por el asturiano se explica, entre otras razones, por el papel jugado por la historiografía decimonónica. El relato canónico sobre Riego fue establecido en gran medida por las memorias y relatos de algunos de sus contemporáneos, destacando por la atención que le dedican Alcalá Galiano, el marqués de Miraflores, Bayo, Romero Alpuente, Santillán, Quintana, Pecchio, San Miguel o Vaudoncourt. Buena parte de los aquí mencionados mostraron en sus obras la desmitificación del asturiano, exponiendo un retrato muy crítico en sus reflexiones sobre el periodo. Las críticas al asturiano por sus compañeros liberales tuvieron efectos historiográficos notables, pues ese retrato negativo contenido en estas narraciones generales del periodo creó una biografía canónica. La importancia extraordinaria que tuvo el relato de las fuentes decimonónicas, es que ha llegado casi intacto hasta nuestros días y es un factor explicativo del desinterés historiográfico por la figura de Riego. En ese sentido, era necesario abordar una biografía histórica bajo las perspectivas historiográficas actuales, que debía contemplar, además de desentrañar en la medida de lo posible su trayectoria personal, los procesos de sociabilidad, politización y mitificación anexos. Para ello era necesario la utilización crítica de la bibliografía, tanto de la decimonónica, entendida en parte como documento de época, como de las recientes aportaciones historiográficas, siempre privilegiando las posibilidades documentales que podría ofrecer la documentación de archivo a la hora de contrastar la imagen expuesta por la historiografía decimonónica y que tanto predicamento ha tenido hasta nuestros días. En ese sentido era fundamental tener en cuenta que, como mito político, muy pronto la figura de Rafael del Riego concitó reacciones de importancia, tanto a favor como en contra. Visto el cariz de las aportaciones hasta el momento, cabe preguntarse por la ausencia de una biografía histórica sobre Riego desde que Astur publicase su obra en 1933. Denostada hasta no hace mucho en nuestro país, la investigación biográfica retornó con fuerza a partir de los años 90, mostrando que una obra biográfica podía ser muy útil para aprehender las claves de un periodo dado, constituyéndose en un paso en dirección hacia la historia total. La biografía histórica moderna exige situar a los protagonistas de la acción política en su contexto histórico, por lo que toda obra biográfica implica abordar cuestiones vitales como el papel del individuo en la historia o la importancia de la narración como mecanismo explicativo. A la par, la biografía se nutre de aportaciones de otras investigaciones, como el concepto de cultura política, un marco que condiciona y limita la autonomía del individuo, permitiendo así explicar la relación entre el mismo y la sociedad. En cuanto a la narración, es el soporte fundamental de una biografía y responsable en buena medida del trabajo psicológico con el personaje que permite hacer de su personalidad un marco flexible para explicar comportamientos en circunstancias históricas diversas. En la escritura de esta tesis doctoral, además de las dificultades generales de la escritura de la biografía histórica, se tuvo que hacer frente a las dificultades propias del carácter particular del personaje histórico que nos ocupa. Riego no fue un personaje cuya biografía pueda escribirse sin atender a su carácter de mito político liberal que generó toda una serie de discursos en su entorno, de forma que la gran dificultad que presenta su biografía es la clara dualidad entre el celebérrimo mito y la posibilidad de encontrar al hombre tras el mito, y la interrelación que se desarrolló entre ambos, es decir, cuál fue la reacción del asturiano a su propio mito. Es evidente que la biografía histórica de Riego no se entiende sin el mito anexo, pero con este trabajo mostramos que el mito tampoco podía desligarse de la trayectoria personal del asturiano. En ese sentido, el desconocimiento que tenemos de la vida de Riego con anterioridad a 1820 es uno de los factores más relevantes, precisamente porque esa falta de noticias permitió realizar desde 1820 planteamientos teleológicos en los que el asturiano mostraba un carácter y una trayectoria muy definida, con grandes líneas de continuidad ya antes de 1820. Era por tanto uno de los grandes retos de este trabajo conocer al hombre anterior al Trienio y plantear las hipótesis que podrían explicar su salto al primer plano público en 1820, obviando toda tentación teleológica de una trayectoria cerrada. Ello nos llevó a la necesidad de hacer frente a los vacíos biográficos existentes, muy evidentes, a la par que a la potencia inexorable del mito, que había contribuido a completarlos en un relato coherente con la interpretación mítica. En ese sentido hemos seguido los planteamientos de Le Goff, que advirtió la necesidad de respetar las ausencias y lagunas de la documentación a la hora de reconstituir lo que ocultan los silencios de una biografía. Como señalase Bourdieu, el exceso de coherencia y linealidad conduce irremediablemente a la ilusión biográfica, en la que nada es insignificante en el relato biográfico, pues toda la vida de Riego sería coherente con su destino posterior como mito liberal. Esa es la ilusión biográfica que ha permitido reconstrucciones que mostraban a Riego ya desde joven, y particularmente desde su prisión francesa, marchando imperturbable hacia su destino de héroe revolucionario, rebelde y masón. Hemos puesto a prueba esa visión al contrastarla con las pruebas documentales, valorando si algunas elecciones de Riego estuvieron motivadas por la influencia de sus amistades o la casualidad de encontrarse en el momento adecuado y en el lugar apropiado antes que por un destino ideológico manifiesto. Además de la biografía de Rafael del Riego, hemos debido ocuparnos de su mito, construido durante el Trienio Liberal, prueba de la necesaria creación de una mitología política de la revolución, con unas concomitancias más que notables con el proceso revolucionario francés. Es bien conocido el papel de los símbolos y cultos de la Revolución Francesa, con su nueva nomenclatura revolucionaria, su nueva cronología y, por supuesto, sus nuevos héroes y el consiguiente culto a los mártires. En el caso del liberalismo, esa serie de imágenes y símbolos muestra la primacía de la nación como depositaria de la soberanía, representada en la Constitución y sus defensores, honrados bajo el culto al héroe surgido en las fiestas cívicas de la Revolución Francesa, y buena muestra de la sensibilidad romántica. La exaltación de la patria y la nación se hacía en su encarnación corpórea, sus héroes, y uno de los principales fue Rafael del Riego, cuyo mito comenzó a edificarse en su propia vida, gozando de una gran riqueza de registros. Si bien durante un breve plazo de tiempo fue un mito aceptable para todo el campo constitucional, muy pronto su compromiso público y las esperanzas de importantes sectores en el papel que Riego podía jugar restringieron el inicial consenso, pese a los intentos del asturiano por mantenerlo. En la tesis doctoral abordamos el proceso de construcción histórica del mito y las diferentes etapas que atravesó a lo largo del Trienio Liberal. Por otra parte, ponemos de relieve que el protagonismo en ese proceso de construcción mítica fue más de los propios liberales exaltados que de Riego, que pronto fue consciente de que su figura concitaba unas esperanzas y una movilización política que excedía los propios límites que él se había impuesto para su acción pública. En ese sentido, la innegable potencia del mito llegó a oscurecer al propio mitificado, y de hecho, el individuo es menos accesible que el mito. El mito oscureció al hombre porque en el plano mítico no era tan importante la verdadera imagen de Riego como la representación que de ella se ofrecía a la opinión pública. Por ello como biógrafos debíamos hacer frente a la dificultad de, ante una imagen fabricada del personaje y con mucho arraigo social, ofrecer una aproximación histórica rigurosa. En esta tesis doctoral se aborda el concepto de mito siguiendo las ideas de García Pelayo, entendiéndolo como una realidad social y política que conforma un conjunto de creencias brotadas del fondo emocional, expresadas en una diversidad de imágenes y símbolos más que en un sistema de conceptos, y que son eficaces para integrar y movilizar a los hombres para la acción política. Asimismo, para el caso particular de Riego resulta de capital importancia el enfoque de Girardet, pues su planteamiento del mito del “salvador” se ajusta perfectamente al caso del asturiano. En el proceso de construcción del mito bajo el canon napoleónico no puede obviarse el papel jugado por el pueblo y el liberalismo exaltado, pues muestra que no se produjo una construcción dirigida por el propio mitificado. El mito de Riego fue ante todo un mito popular y de la propia actuación y escritos del asturiano se evidencia que intentó evitar en todo momento que su imagen mítica pudiera ser utilizada como ariete contra el sistema soslayando los mecanismos legales constitucionales. El asturiano fue la primera víctima de su propio mito debido a la contradicción flagrante entre sus deseos por conservar su brillante imagen pública de restaurador constitucional y las interpretaciones más radicales que algunos de sus partidarios hicieron, de nítido corte bonapartista. Al igual que sucedió con Napoleón, Riego podía encarnar a la vez el orden y la aventura, el mesianismo revolucionario en marcha o el principio de la autoridad constitucional restituida. Precisamente esa fue la lucha que el asturiano hubo de librar a lo largo del Trienio, pues él estaba dispuesto a ser la representación viva de la Constitución restituida. Nada más; pero nada menos. Sin embargo, el mito de Riego concitó visiones bonapartistas por parte de los liberales exaltados, que no dudaron en solicitar su intervención en el sistema político por su bien ganada legitimidad revolucionaria para ese acto. Como refiere Girardet, en toda crisis de legitimidad política el recurso al “salvador” evidenciaría un mecanismo psíquico propio de la incertidumbre, en el que se reclamaba un nuevo maestro, tutor o guía. No por casualidad Riego fue calificado por sus más acérrimos partidarios de “padre de los descamisados”, pues el “salvador” esperado, soñado secretamente o violentamente exigido, era un sustituto de la autoridad paternal, un padre reencontrado garante de la comunidad y su perpetuación. Ello explica la importancia creciente de los vivas al asturiano frente a los dedicados al monarca, en una competencia simbólica de notable importancia en el Trienio, o la omnipresencia de su himno. En este trabajo se ha utilizado exhaustivamente el fondo documental que la familia Riego conservó durante dos siglos para intentar recuperar, con toda su parcialidad y subjetividad, la propia voz del asturiano. Entre las fuentes examinadas, cabe destacar su correspondencia personal y familiar, que también contiene toda una serie de representaciones, manifiestos, manuscritos, documentos relacionados con sus empleos militares y políticos, además de las comunicaciones con el rey, las autoridades y destacados liberales. Los propios escritos de Riego, públicos y privados, reflejan una clara conciencia de la creación del mito en vida y su respuesta personal a él, intentando hacerse digno de esa imagen que se había construido. Este fondo familiar ha sido completado con la información, tanto de carácter biográfico como acerca del Trienio Liberal, que se ha localizado en archivos y bibliotecas, tanto franceses (Service Historique de la Défense, Archives Nationales de París, Archives du Ministère des Affaires Étrangères, Grand Orient de París) como españoles (Archivo del Congreso de los Diputados, Instituto de Historia y Cultura Militar, Archivo Histórico Nacional, Biblioteca Nacional, Archivo General de Simancas, Archivo General de Palacio). Existe además toda una serie de documentación contemporánea, generada en el propio Trienio Liberal, que hemos privilegiado en nuestro análisis. Los folletos, las funciones teatrales y las referencias en la prensa de ese corto pero intenso periodo muestran sin lugar a dudas la construcción pública de la imagen del héroe salvador. Asimismo, evidencian etapas diferentes en la construcción del mito a la par que discursos de oposición al mismo. La publicística liberal y sus representaciones de Riego han sido un asunto fundamental, pues nos han permitido entrecruzar la voz de los contemporáneos con la del propio protagonista, mostrando expectativas y deseos diversos y no siempre coincidentes, pues la dimensión de su figura pública pronto excedió al hombre privado. De ahí la importancia evidente de la bidireccionalidad entre la reconstrucción de la biografía y la interrelación con la simultánea construcción de su mito en pleno proceso revolucionario. Los innumerables folletos publicados en el Trienio Liberal han sido consultados mayoritariamente en la Biblioteca Nacional, la Biblioteca del Senado y la Real Biblioteca de Palacio, aunque también conviene destacar las colecciones documentales de la Real Academia de la Historia y la Real Academia Española. Por otra parte, ha sido capital para este trabajo la consulta de fondos periodísticos en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. La riqueza periodística del Trienio Liberal ha permitido obtener múltiples referencias del asturiano, interesantes por la diversidad ideológica de los diferentes periódicos consultados. Por último, se han utilizado con exhaustividad las obras escritas tras 1823, particularmente las memorias y relatos de los contemporáneos, pues son fundamentales para configurar la imagen poco favorecedora del asturiano tras el fracaso constitucional. Esa producción bibliográfica se ha visto complementada por los estudios actuales, completando una perspectiva de la época sin la cual no es posible entender al personaje. Tras este breve resumen de la tesis doctoral, cabe destacar que esta investigación contribuye no solo al estudio de la biografía del liberal asturiano, sino que muestra la evolución del liberalismo veinteañista durante el Trienio Liberal, sus apoyos sociales y los debates producidos con el liberalismo moderado. Las conclusiones del trabajo evidencian la distancia existente entre los vestigios sobre su vida proporcionados por la documentación histórica y las interpretaciones tradicionales sobre la figura de Rafael del Riego. Tras confrontar los discursos que sobre el asturiano se difundieron con sus propias palabras y la documentación generada sobre su persona, hemos intentado ofrecer una visión más aproximada del personaje en una biografía que atienda tanto a su contexto histórico como a la importancia capital que tuvo como símbolo constitucional. En primer lugar, conviene apuntar que frente a los planteamientos tradicionales que veían al asturiano como alguien sospechoso al poder durante el Sexenio Absolutista por su condición de prisionero en Francia, destacamos su relativamente buena situación en el ejército del momento y la escasez de pruebas documentales acerca de su posible papel conspirador, en un momento de notable división del liberalismo. Riego no puede englobarse sin más en la categoría del prisionero de guerra perjudicado por ser sospechoso políticamente, pues no puede probarse documentalmente que la prisión francesa fuera un momento de conversión al liberalismo, tanto por la importancia de la educación ilustrada que recibió Rafael del Riego como por su trayectoria socioprofesional entre 1814 y 1819. En la misma línea, no parece que Riego fuese un conspirador de primera hora o un prisionero integrado en las redes masónicas desde su retorno en 1814, pues no sería hasta julio de 1819 cuando al ser iniciado en la conspiración también lo fue en la masonería. En segundo lugar, hemos detallado el proceso inicial de construcción de su imagen mítica, garantizada por su papel en el pronunciamiento, su actuación posterior y los problemas de Quiroga para mantener intachable su imagen. Riego protagonizó, como es bien sabido, los hechos icónicos del pronunciamiento, pues fue el primero en actuar al proclamar la Constitución el 1 de enero de 1820, y también fue quien lideró la columna móvil. Ambos elementos fueron la base de su imagen heroica, pues no solo había sido el primero en actuar, sino que también lo hizo cuando la situación era más desesperada y el pronunciamiento parecía abocado al fracaso. Tras la disolución del Ejército de la Isla en agosto de 1820, el papel jugado por Riego, su visita forzosa a Madrid y el castigo gubernamental dieron un nuevo vuelo a la creación del mito constitucional, que detallamos. Esos sucesos permitieron que se profundizase en la individualización del mito; Riego, el héroe de la revolución, el que se sublevó contra la tiranía, ante el gobierno constitucional, obedecía. Todo ello dotó a Riego de una condición de mártir político que llevaba implícita una crítica a los liberales moderados y unos evidentes deseos de profundización en las reformas constitucionales. En la misma línea, tras su nueva destitución en 1821 el mito se cargó de un renovado carácter antigubernamental y se convirtió en un poderoso mecanismo de movilización política, como quedó probado en los paseos de su retrato y particularmente en la batalla de las Platerías y la desobediencia al gobierno de Cádiz y Sevilla. Así se agigantó el mito y se le dotó de un contenido de movilización política mayor si cabe. El asunto más interesante es que los contemporáneos obviaron la propia censura que hizo Riego a determinados actos que se hacían en su nombre, caso de los frecuentes paseos de su retrato. Aunque solicitó que cesasen los homenajes que se le hacían, pues podían culminar en disturbios y desórdenes, la reiteración de estos prueba que esos actos y sus autores gozaban de plena autonomía. Protagonizados por los liberales más exaltados, mostraban el potencial movilizador del mito, que había escapado por completo al control de Riego, si es que alguna vez tuvo algún grado de dominio sobre el mismo. En tercer lugar, frente al tradicional juicio historiográfico acerca del carácter exaltado y revoltoso de Riego, conviene destacar su actuación como diputado en las Cortes de 1822. Prestamos especial atención a su desempeño de la presidencia del Congreso y a su actitud política favorecedora de la unión liberal. Como diputado resultó evidente la política de moderación y unión liberal que se había impuesto, sin abandonar por ello la defensa de la Constitución de 1812. Pese a que este es un extremo que historiográficamente se ha descuidado, reiterando las afirmaciones decimonónicas, las pruebas documentales son indudables. Las sesiones de Cortes muestran su moderación como presidente de la cámara, y testimonios tan poco favorables como el del embajador francés La Garde o el del ministro francés de Exteriores, Montmorency Laval, recalcaron tanto el extremo cuidado que manifestó en un puesto que desempeñó alejado de radicalismos como la confianza francesa en la influencia de Riego para que los ánimos no se desbordasen. Mayor importancia tiene esta actitud si tenemos en cuenta que fue a partir de 1822 cuando los liberales más radicales, ejemplificados, entre otros, en el periódico El Zurriago, solicitaron la intervención de Riego, a medida que aumentaba la fuerza de su mito revolucionario y antigubernamental. Tras la polémica que había rodeado a su figura y evidenciada la división liberal que generaba, Riego se mostró temeroso del mito y sus lecturas más radicales. De ahí que tras el 7 de julio solicitase al ayuntamiento madrileño que prohibiese el viva a su nombre, de gran fuerza simbólica y elemento de polémica entre los diversos grupos liberales. En cuarto lugar, el compromiso de Riego con el liberalismo exaltado nunca fue con su ala más radical y exclusivista. Su actuación ante la división del liberalismo exaltado por la lucha entre comuneros y masones evidencia nuevamente el tono conciliador del asturiano. Frente a la imagen de la historiografía de un Riego manipulado por los aduladores y los revoltosos que le rodeaban, el asturiano se nos muestra como un hombre presa de las contradicciones políticas de su tiempo, que se movió en su práctica política entre los dos grupos del liberalismo exaltado, entre masones y comuneros, buscando tender puentes con los que consolidar el régimen constitucional basado en la Constitución de 1812. Su papel tutelar en las polémicas del liberalismo exaltado en los momentos finales del régimen liberal fue esencial, pues su nombre se había convertido en objeto de lucha para la masonería y la comunería, deseosas de apropiárselo para legitimarse. Si en su momento había sido causa de división entre liberales moderados y exaltados, en 1823 el mito fue usado como arma política en la lucha entre el dividido campo exaltado. Dato revelador de sus límites personales e históricos para tomar el papel revolucionario que muchos contemporáneos le solicitaron fue que en febrero de 1823, en un contexto de radicalización política y ante una sospechosa maniobra del rey, Riego terminase justificando esa actuación real única y exclusivamente porque correspondía a sus atribuciones constitucionales. Ese era el respeto por la legalidad que marcó su actuación política. Todo ello nos lleva de nuevo al papel que Riego quiso jugar en una centralidad liberal exaltada, con puntos en contacto entre masones y comuneros, en la que el asturiano se veía como un hombre de consenso entre todos aquellos que defendían la Constitución de 1812. Quizás sea aquí donde mejor podamos rastrear la influencia de la leyenda napoleónica en Riego, marcado por el deseo constante de no ser un nuevo Napoleón, es decir, un nuevo dictador, pero a la par intentando ser una figura que permitiese el consenso y la unión entre los defensores de la Constitución. Por último, no podemos dejar de resaltar la importancia de la política de comunicación pública que mantuvo en todo momento y de la que damos buena cuenta en este trabajo. Riego se sentía cómodo dirigiéndose al público, ya mediante discursos o por medio de representaciones escritas que eran impresas o difundidas en prensa. Constantemente dio cuenta a la opinión pública de sus actuaciones y motivaciones, y no dudó en hacer públicas determinadas comunicaciones que el rey Fernando VII le dirigió y que consideraba que justificaban su actuación y su imagen pública. Este es un asunto fundamental, porque esta política de comunicación de Riego no puede entenderse sin la manifiesta preocupación que en todo momento mostró por hacerse digno de la imagen mítica de restaurador constitucional creada a su alrededor. Riego se sintió merecedor de dicha imagen, pero también consideró que el mito era una pesada losa que le obligaba a un comportamiento estricto; desde el primer momento expresó que el aprecio de la opinión pública liberal era su mayor capital y se esforzó celosamente por conservarlo en un contexto de enconado debate político. Ante la invasión francesa su comportamiento no desmintió su imagen pública. Tras su captura e injusto juicio, la ignominiosa ejecución selló el último elemento restante para la creación de toda una leyenda que ya tenía todos los elementos necesarios a excepción de uno: la muerte como mártir político. Ya no quedaba duda alguna. Riego se había convertido en el símbolo de la revolución liberal española.